a Operación Emperador ha devuelto al candelero a la comunidad china
española, vinculándolos de nuevo a un tipo de prácticas ilegales y a una
imagen negativa que parecían haberse quitado de encima con mucho
trabajo. De la experiencia de los inmigrantes chinos en nuestro país
lleva años interesándose el periodista Ángel Villarino, colaborador de El Confidencial y autor de ¿Adónde van los chinos cuando mueren? Vida y negocios de la comunidad china en España (Debate).
En su ensayo, Villarino matiza algunos de los mitos que rodean la, en
aparencia, misteriosa comunidad china española, y sus usos y costumbres.
Llama la atención descubrir cómo algunos de los mitos –de su
retraimiento a la evasión fiscal– no son desmentidos, sino simplemente
matizados. “Cuando acababa el libro me di cuenta que lo importante era
contextualizar este tipo de actividades. Los chinos, cuando mueren, van a
la tumba, como todo el mundo. No hay nada raro”, señala a El Confidencial con humor el expatriado en China. “Los chinos pagan impuestos, lo tienen que hacer por ley. Otra cosa es que evadan, como tanta otra gente. Y tampoco me gusta utilizar la palabra mafia”.
La mentalidad de los chinos no es tan diferente a la que tenían nuestros abuelosVillarino
emplea el ejemplo del taller de Mataró donde en 2009 se produjo una
redada que acabó con 30 chinos en la cárcel por explotación laboral de
unos compatriotas, que, en masa, se lanzaron a las calles para demandar
su retorno al trabajo. “El contexto es importante”, nos recuerda el
autor. “El lector que viese aquellas noticias probablemente pensase que
estaban trabajando en unas condiciones de esclavitud extrema, con un
tipo encima con un látigo. Pero ellos no se consideran esclavos, sino
que son chinos que trabajan en las mismas condiciones que en su país pero por tres o cuatro veces más”.
Esta es la razón principal de la afluencia de chinos a nuestro país o a
Italia durante las últimas décadas, en su mayor parte procedentes de la
región de Qingtian: ganar dinero, aun a costa de largas jornadas de
trabajo en malas condiciones, con el objetivo de amasar una cantidad
suficiente de capital que les permita una jubilación feliz.
Felicidad en la vejez
Ahí quizá radique una de las grandes diferencias que separa a chinos y españoles: sus expectativas vitales. “Por su cultura, ellos piensan que la parte feliz de la vida es la jubilación,
y cuanto antes lleguen a ella, mejor”, explica el periodista. “En los
últimos años, en Occidente hemos cambiado de punto de vista. La parte de
la vida que merece la pena es la juventud, porque quién sabe cómo
llegaremos a viejos, y si aún habrá pensiones”. A pesar de ello,
Villarino aclara que, al contrario que lo que se suele pensar, lo más
importante para explicar la tan cacareada ética de trabajo china no es
tanto su cultura o su religión, como la coyuntura por la que pasa el
país asiático.
“Su mentalidad no es tan diferente de, por
ejemplo, la de mi abuelo. Él también dormía en un garaje, también
emigró, se llevó la familia a cuestas, arriesgó, pasó la vida trabajando
sin tener demasiado ocio… Sigue siendo una sociedad muy pobre”, nos
explica el autor. “Se junta esto con la fiebre del oro en China. Todo el mundo se quiere hacer rico porque el país crece mucho.
A lo mejor, hacerse rico no entra en nuestras expectativas, porque nos
hemos educado en otros valores. Allí se educan en hacerse ricos, que es
lo que se impulsa desde el Gobierno y lo que la gente considera que es
el espíritu del tiempo. Genera una ambición salvaje. Todas las energías
están puestas en el sueño de prosperar materialmente”.
El desafío chino
Esta
situación deriva en una apuesta por el emprendimiento que no tiene
parangón en nuestro país. “Los asiáticos tienen como una religión abrir
su propio negocio. No sé si en España en otras generaciones fue así.
Está ligado, como tantas otras cosas, a la superpoblación. Cuando hay
tanta competencia, ser asalariado es mal negocio. Si eres un asalariado
en China, vas a pasar toda la vida malviviendo y dependiendo de los
demás, no como en Suecia, donde son pocos y se pegan por cada
trabajador. En toda Asia tienen muy metida esta idea. Incluso los indios
o los pakistaníes, que quizá no tengan esa cultura de trabajo… En su
jerarquía imaginaria, el propietario con muchas tiendas está por encima del resto”.
Cuando hay tanta competencia por la superpoblación, ser asalariado es mal negocioDe
ahí la aparición de ciudades como Hecheng, esa “pequeña Hong Kong” en
el corazón de Qingtian que, a pesar de no superar los 50.000 habitantes,
tiene en sus innecesarios rascacielos el reflejo del poder económico
que sus emigrados han amasado en todo el mundo occidental. En un alto
grado, por el esfuerzo personal, porque como cuenta Villarino, “el chino está dispuesto a cualquier cosa por mantener su negocio a flote,
y tu vecino quiere cosas lógicas como un mes de vacaciones, tener
calefacción (algo a lo que el chino está dispuesto a renunciar) y no
quiere dormir en la tienda (porque tiene su apartamento)”.
En
definitiva, los sacrificios dispuestos a ser afrontados por los
orientales son mucho mayores que los nuestros. Como recuerda el
periodista, “lo que desafía nuestra forma de vida no son los chinos en
sí, sino China y su modelo productivo. El libre mercado que ha
llegado allí ha introducido a 1.400 millones de personas que están
dispuestas a hacer cosas que nosotros no”. Lo que causa que, tal y
como están escritas las reglas del juego, no haya más remedio que
arremangarse y afrontar la competitividad de un país acostumbrado a
producir a muy bajo coste, en jornadas laborales interminables y, en
ocasiones, muy dispuesta a aprovecharse de la corrupción empresarial.
En el país de los tuertos
No
ha hecho falta la Operación Emperador para conocer la existencia de
determinados mecanismos ilegales de evasión fiscal (entrada de
mercancías sin pagar impuestos, venta de productos sin declarar)
frecuentemente utilizados por los comerciantes chinos y que aparecen
profusamente ilustrados en ¿Adónde van los chinos cuando mueren?
Por ejemplo, el caso del dueño de bazar que acude al polígono industrial
de Cobo Calleja en Fuenlabrada para pedir las facturas necesarias para
la inspección, o la tasación por lo bajo de las mercancías importadas en cada puerto
que, como recuerda Villarino, persiguen la mayor entrada de mercancías
posibles, y que tienen tal independencia que resultan muy difíciles de
controlar.
Muchos de los chinos me decían que en Austria la policía está encima de ti. En España, noUnas
prácticas que, hay que recordar, se hacen con elevada frecuencia en
España, sin que se aplique el término “mafia”. “También defrauda el
fontanero que te hace una chapuza sin factura o el medio que te paga en
negro. ¿Son también mafias?”, se pregunta Villarino, señalando que son
delitos comunes en España. “Hay importadores que han hecho trampas, pero
hay que contextualizarlo en un país en el que el 22% del PIB se mueve en negro”.
No
es casual que la afluencia de inmigrantes sea tan grande en España o
Italia, que no son precisamente los países más ricos, pero que, sin
embargo, sí son los que han ofrecido más oportunidades para entrar y
establecerse. “Los chinos haciendo negocios no son suecos. China es uno
de los países más corruptos, no administrativamente, sino
empresarialmente, es decir, en lo que se refiere a pagar sobornos. Los
segundos detrás de Rusia. Así que vienen aquí y hacen negocios como
están acostumbrados”, sintetiza el antiguo corresponsal romano. “Muchos
de los chinos me decían que en Austria la policía está encima de ti, es
difícil conseguir los papeles e imposible abrir un negocio sin una
licencia de apertura. En España ahora será más difícil, pero hace unos
20 o 30 años, en Lavapiés la mitad de negocios no tenían licencia de apertura, algo que no pasaba en Francia o Suecia”.
Algo
que no es culpa del inmigrante que trata de buscarse la vida, sino de
“las instituciones”, que son “las que tienen que regular su
establecimiento”, como no se había hecho hasta ahora. En ese sentido, la
novedad que el proceso que envuelve a Gao Ping podría ofrecer,
en opinión de Villarino, es que “por primera vez, esa trama de
importadores que defraudan, y que es muy abundante, se mezclase con la de la delincuencia común,
es decir, extorsiones, prostitución, etc.” Sin embargo, el autor
mantiene que hasta que no salga el juicio no se podrá saber nada, y que,
de todas formas, no le cuadra que esto sea así.
Encajando entre nosotros
La
citada Operación Emperador puede suponer un importante retroceso en la
aceptación de la comunidad china en nuestro país, que ha sido siempre
difícil, en parte por el carácter introspectivo y endogámico de los
chinos. “Para la comunidad, es un desastre”, señala Villarino, que
señala las peculiaridades del racismo hacia el oriental: “Tiene ese
punto de misterio. La perfidia china, la tortura china… Es un racismo
diferente. Uno de los personajes del libro lo dice: ‘Humor Amarillo ha hecho estragos’. Me decía que los chinos dan risa, y que los negros nos dan miedo. Es como un racismo bromista, un racismo hilarante.
Tenemos esa idea de que hacen cosas ocultas”, algo comúnmente aceptado y
cuya explicación el autor localiza en la incomprensión. “A un musulmán
de Yemen, incluso a un fanático religioso, puedo entenderlo, porque
tengo claves culturales: su expresividad facial, sus sentimientos, qué
está pensando. Con los chinos es mucho más difícil, su sistema de
escritura y pensamiento es muy diferente. Por eso, es más fácil pensar
que hacen cosas raras. Pero la incomprensión es recíproca: en el
comienzo del libro intenté explicar que yo me siento en China igual que
ellos aquí”.
Hay algunos chinos que están en una espiral semejante a la de los mendigosEl
periodista cuenta una curiosa historia para señalar esa frontera que
existe entre los chinos que se han adaptado más y los que no lo han
hecho: “Un empresario chino de segunda generación, perfectamente
enraizado, me decía que él era chino, pero que otros se habían hecho
españoles. Me señala a uno de sus trabajadores, y me dice que a ese sólo
le gusta la fiesta, que no quiere ahorrar, que no quiere tener planes
de futuro, que quiere salir pronto para ir al gimnasio… Cuando me quedo a
solas con él me dice que si quiero entrevistar a un ‘chino gay’, él es
uno. Y yo creo que para el empresario ‘ser gay’ formaba parte de ‘ser español’, como si fuese un vicio nuestro. A qué chino se le iba a ocurrir ser gay”.
En este periplo de los chinos por nuestro país destaca el caso de Bei Pei,
un vendedor callejero de cervezas que lleva diez años en España y ha
perdido toda esperanza, que muestra síntomas de depresión y que no
quiere volver a China (porque nada le espera allí) ni progresar abriendo
su propio negocio, y que es objeto habitual de las burlas de los
jóvenes españoles. “Son gente muy machacada. Este señor da mucha pena.
Está en una espiral, mi traductora intentó ayudarle y llevarlo a la
embajada pero no quería ser repatriado. Como le pasa a muchos mendigos,
está en una onda en la que necesita otro tipo de ayuda más seria. Es uno
de los testimonios más estremecedores del libro. No sé cuántos habrá
como él. Me choca que pase entre los chinos, que son supervivientes
natos. Si hay casos así en esta comunidad, donde tienen la piel muy
dura, no quiero ni pensar qué puede estar ocurriendo con otras comunidades que tienen menos recursos y posibilidades de trabajar”.
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