El estafador es bien difícil de evadir cuando selecciona a una
víctima (o “el blanco”, de acuerdo al argot anglosajón). Y es que
cualquier estafa generalmente se basa en la buena fe que muestra la
mayoría de las personas o en alguna debilidad detectada en el individuo
por esquilmar. Porque seamos honestos, ¿quién no las tiene?
Mas al embaucador no le basta con las comunes bajas pasiones que
pueda descubrir en su “blanco”, tal como las ansias de dinero, de poder,
de sexo, etc. Asimismo buscará puntos de penetración en las virtudes o
preferencias culturales de su futura víctima.
Son instrumentos muy útiles para llegar, de manera cómoda y segura, a
la intimidad con el individuo o grupo seleccionado para la manipulación y
el timo.
Esto lo puso en práctica el mismo Adolph Hitler, un gran
manipulador. En la plenitud de su poder absoluto, a mediados de los
años treinta, personalmente elaboró el cuestionario sobre las
debilidades humanas que debía servir de guía a sus servicios de
Inteligencia para detectar las victimas a reclutar mediante chantaje
para que sirvieran de espías y delatores.
Mas, ¿quién es, realmente, un estafador?
El perfil psicológico de cualquier estafador lo define, en primer
lugar, como un individuo de moral muy baja o una falta de escrúpulos
absoluta. Esa es su primera gran característica, la que le otorga una
tremebunda ventaja sobre las personas que sí poseen atributos morales.
Su segunda característica, que quizá sea resultado de la primera, es
un enorme ego o narcisismo rampante. Esto los convierte en tarados
emocionales, incapaces de sentir piedad o simpatía por los demás o
culpabilidad por el daño que provocan. También les hace percibir una
imagen distorsionada de las personas. No las ve como seres humanos, sino
como dispositivos de los cuales servirse desenfadadamente, a veces en
varias ocasiones.
Y si a los dos rasgos anteriores le sumamos una inteligencia clara y
perspicacia, estamos ante una temible máquina insensible. Individuos así
son capaces de hacer mucho daño entre las personas corrientes.
Por supuesto, su objetivo más concreto es quitarles algo a sus
víctimas. Mas a algunos lo que les da gran motivación es la manipulación
en sí, el poder que consiguen sobre las personas cuando fatalmente las
seleccionan y logran hacerse de su confianza.
Por suerte, lo que más abunda es el aislado fullero de poca monta.
Pero en múltiples ocasiones, los estafadores se organizan en bandas, con
especialidades diversas dentro de estafas bien concebidas. Básicamente,
son unas pocas estratagemas, aunque con infinitas variantes,
fundamentadas todas en la promesa de una ganancia cuantiosa e inmediata
para los crédulos ahorristas e inversores. Así logran hacer efectivo el
robo de sumas increíblemente cuantiosas. Los sonados escándalos
financieros del consorcio norteamericano Enron o el caso Madoff son
ejemplos contundentes.
Quién puede ser víctima de una estafa? Prácticamente cualquiera. El
estafador utiliza todas las características de las personas, lo mismo
defectos que virtudes, para hacerlas caer en su trampa.
Henry Gondorff, un notorio estafador norteamericano de finales del
siglo XIX y principios del XX (es el personaje que interpreta Paul
Newman en el muy galardonado film de George R. Hill The Sting, de 1973), decía que sólo un hombre cabalmente honrado estaba exento de ser pan comido en una buena estafa.
La buena fe y confianza en el prójimo, así como la perspicacia,
astucia e inteligencia para ver la oportunidad de lo que parece un buen
negocio en perspectiva, con una ganancia inusual, son los instrumentos
que con total desparpajo utiliza el estafador para camelar a su víctima.
O le crea la confianza de que le está haciendo un favor desprendido, o
le da la oportunidad de hacerse “rico” de un golpe de fortuna que nadie
ha tenido sino en muy raras excepciones.
¿Qué hacer entonces?
Nunca está de más un sano escepticismo. Estos sujetos son muy
manipuladores y agradables de tratar. Inspiran confianza. Pero cuando
uno de ellos propone una fácil fortuna o una ventajosa adquisición, se
sabrá si viene con malas intenciones en cuanto deje caer la necesidad de
alguna donación o el adelanto de una modesta suma. A veces hasta
sacrifican una cantidad de dinero a la espera de que usted se lo
devuelva para crear el compromiso moral. O a veces es lo contrario,
devuelven con prontitud e intereses la cifra que usted imprudentemente
les concedió en préstamo. Esto sólo lo hacen cuando se aprestan a buscar
una tajada mucho mayor. Como enseguida empezarán a dar referencias de
conocidos y de direcciones de empresas que representan, trate
discretamente de comprobar esos datos por una fuente ajena a la que
ellos mismos le suministran. Esta es una manera muy segura de comprobar
la falsedad de la personalidad que asumieron para tratar de engañarle.
Lo peor es cuando la víctima no se da cuenta de que lo estafaron y el
delincuente lo convence de que el desastre de la pérdida fue debido al
azar. Es entonces que el estafador se afila los colmillos, se cuelga de
su víctima y no se detiene hasta dejarlo seco y en la ruina.
Un buen consejo final
Desconfíe de las oportunidades increíbles, el exitoso inversionista
que le saca el 50% anual a sus inversiones, la oportunidad de oro que
nadie vio. Esas cosas ocurren sin duda, pero muy excepcionalmente.
¿Cuántos barcos con tesoros hay hundidos en los mares en los últimos
quinientos años? ¿Miles? ¿Y cuántos se encuentran? ¿De cuántos casos de
herederos únicos de una gigantesca fortuna usted se ha enterado en la
prensa? ¿Por qué habría de tocarle a usted ser el ganador de una
“lotería” internacional de esas que tanto lo anuncian ganador por
Internet, y de la que nunca oyó hablar o jamás compró un boleto? ¿De
donde salió el dinero? ¿Y qué probabilidad hay de que usted gane tal
suma de gratis? ¿Cuándo le ocurrió algo parecido?
Parecen verdades de Perogrullo, pero es bueno recordar estas
preguntas o alguna otra que ponga en duda lo que de repente le cayó del
cielo. Sea sana y discretamente escéptico, no crea de primeras lo que le
dicen con aplomo que va a ser su fortuna. Nadie como usted para saber
lo que puede perder.
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