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17 de febrero de 2013

Jekyll y Hyde entre fogones envenenados

Doctor Jekyll y Mr. Hyde. La historia gótica escrita por el escocés Robert Louis Stevenson sobre la dualidad del bien y del mal en una misma persona parece hecha a medida de Andrés Avelino Fernández, 'El Candasu', aunque en este caso ambientada en una cocina de auténtica pesadilla.

La historia de los envenenamientos en el bar El Lavaderu, en el barrio de Cimadevilla de Gijón (Asturias), es la historia de una traición, de una actuación perversamente medida, dosificada, ocultada y mantenida durante años con una saña meticulosa. Es una historia de fogones para dentro, de confianza oscura, de suspicacias... Y es, sobre todo, la historia de Tino, de Chelo, de Jose, de Benja, de Gustavo, de Juan, el Pistolas, de Vity... Y también la de Marcos, aunque no quiera contarla. Una historia con sidra y con oricios, esos erizos de mar que en Asturias se comen renombrados. Es el relato de cada 19 de mayo con El Lavaderu de aniversario y su plaza abarrotada. Llena hasta la misma bandera tricolor que Tino iza cada 14 de abril en su balcón de la plaza del Periodista Arturo Arias. Y aunque ahora a todos les pese, también es la historia de Andrés y de Eva. De los dos pinches que más bocas abiertas han dejado en el casco antiguo de Gijón, en el mismísimo corazón de una ciudad costera, amable y bella hasta el delirio etílico.

Tino Comerón y Chelo Toyos abrieron El Lavaderu hace 14 años. En la plaza del Periodista Arturo Arias, aunque casi nadie sepa que se llama así. Para todos es la plaza del lavaderu, donde hace años acudían a enjuagar la ropa decenas de mujeres. La sidrería es hoy un local con paredes de piedra, con mesas y vigas de madera, y con bidones donde escanciar sidra. A Tino y a Chelo les fue bien el negocio. Precisaron personal a menudo: camareros, extras para el fin de semana. En 2004 Chelo, cocinera, necesitó un pinche y echó mano de un conocido: Andrés Avelino F.F., de 55 años. Este había regentado un bar en Candás, a 14 kilómetros de Gijón, y la familia de Chelo lo conocía. En los pueblos se conoce todo el mundo. Andresín había tenido además una tienduca, un todo a 100, en Cimadevilla. Era “un hombre muy agradable, siempre dispuesto a hacer favores”, recuerda Chelo. Alguien de quien fiarse.

El ayudante de cocina Andrés Avelino F.F (de pie, quinto por la izquierda), su amiga y también pinche, Eva (de pie, rubia, con el pelo corto y gafas), Juan Gil, El Pistolas, muerto en la cocina de El Lavaderu en 2011 (segundo por la derecha) con miembros de la plantilla de la sidrería, todos afectados, en 2009.
Andrés tenía una amiga más especial que el resto. Se llama Eva y también trabajaba en la cocina de El Lavaderu. “Eran amigos de siempre, desde hace más de 20 años”, comenta Gustavo Vera, de 35 años, tras la barra. Benja, Benjamín Menéndez, también de uniforme, asiente: “Salían a tomar una copa, a cenar... Siempre juntos”. Vity Mancha trabajó tres años como extra: “Se iban de vacaciones al extranjero. Daba igual dónde, pero lejos. Y juntos”.

En 2006, cuando la hostelería ni siquiera intuía la crisis, en El Lavaderu algo comenzó a ir mal. Uno de los camareros, Alberto, que luego fue jefe de cocina, enfermó. Se sentía mal a menudo. Enrojecía, le costaba respirar, sufría vómitos. Cada vez más a menudo, cada vez peor y sin que nadie supiera el porqué. Acabó pidiendo una baja voluntaria. Dejó El Lavaderu, huyó de Gijón y regresó a A Fonsagrada (Lugo). Después de Alberto, a quien le unía una relación “estupenda” con su pinche, fueron muchos los que cayeron. Todos menos Andrés. Y menos Eva. “Los cocineros me duraban 20 días”, relata Chelo en el bar Casa Xuan, su nuevo negocio, a pocos metros de El Lavaderu. “Todos acababan fatal. Después fueron los camareros. Y luego nosotros [los dueños]. Creíamos que era una alergia”. En mayo de 2011 el cocinero Juan Gil, El Pistolas, cayó desplomado en la cocina. Infarto. Muerte natural, dijeron los médicos. Su familia lo incineró. Aquel día, Andrés, el pinche, lloraba con desgarro.

 El cocinero encarcelado (en el círculo), en una corderada con los dueños de la sidrería ´El Lavaderu´.


Hoy todos dudan de la causa de la muerte de El Pistolas. Juan Luis Alfonso, dueño de El Lavaderu desde enero de 2012, se puso en contacto con la policía en octubre tras haber pasado, también él, un día “para morirse”. Dio una lista con 14 afectados, a la que se han unido otros seis. Tenía sospechas. Algunos camareros habían empezado a desconfiar de Andrés. Él les preparaba a diario el bocadillo y se aseguraba de que lo tomaran. “A cada uno nos lo dejaba en un sitio. A mí en el microondas, a otro en la encimera”, narra Gustavo. Durante unos meses en los que estuvo de baja, Gustavo dejó de tener síntomas. Nada de picores, ni de mareos, ni vómitos. Cuando se reincorporó, recayó. Como él, los demás. Una baja, unas vacaciones, unos días de descanso... y todos como nuevos. A todos se les curaba, como por ensalmo, la extraña enfermedad. Algunos comenzaron a atar cabos. Todo comenzaba cuando bebían alcohol. Lo que fuera. Un sorbo de sidra o una cerveza. Y siempre después de comer algo que Andrés les había preparado. Un día, cuando las pesquisas se convirtieron en parte de la jornada, alguien vio a Andrés preparar un café, sacar un frasco “como en los que se echa orina pero más pequeño”. Y verterlo en la taza.

Juan Luis Alfonso presentó una denuncia y unas muestras del líquido que un compañero rescató en un descuido. El resultado no dejaba dudas: era Colme, un fármaco usado contra el alcoholismo. Puede provocar somnolencia, mareos, irritación cutánea o depresión. E incluso llegar a ocasionar la muerte. Colme fue el mismo medicamento que Francisca Ballesteros, la envenenadora de Mellilla, condenada en 2005, utilizó durante 14 años para asesinar a su marido y dos de sus hijos.

'El Candasu', en una imagen del año 2007
La policía pidió discreción a la plantilla. Registraron la taquilla de Andrés, en una inspección que hicieron pasar por una búsqueda de drogas. No encontraron Colme, pero sí “una gran cantidad” de dinero. En El Lavaderu no se ponen de acuerdo sobre si Andrés estuvo o no en tratamiento contra el alcoholismo. Sí coinciden en que tejía y destejía a su antojo con los proveedores y con el bote de las propinas. Las cuentas empezaron a no cuadrar. El dueño se encaró con él. No por el Colme, ni por las sospechas, ni para preguntarle por qué creía que sus compañeros caían como moscas mientras él era un roble, sino por los dineros. Andrés no supo explicarse y lo despidió. Ahora está en prisión provisional.

La investigación casi ha concluido. “No hay móvil”, dice la policía. Quizá fuera solo el placer de ver el dolor ajeno: un psicópata. La fiscalía pedirá tantos homicidios en grado de tentativa como afectados aparezcan. No hay móvil. No hay cuerpo de El Pistolas que exhumar. No hay motivo ni explicación. Andrés ha estado casi ocho años trajinando en la cocina de El Lavaderu y “bautizando” a sus compañeros, como dice con retranca José García, también afectado. Ocho años.

Andrés tenía amigos, o algo muy cercano a lo que uno cree que puede ser un amigo, en El Lavaderu. Se abrazaba con ellos, los acompañaba al médico, conocía a sus hijos, tenía las llaves de la casa de alguno. Y todos creían conocerlo a él. “Un paisano normal”, “tierno”, “agradable”, “atento”. Todos sabían que Eva era su amiga, su gran amiga, pero solo eso: su amiga. Andrés tenía otras relaciones que intentaba ocultar. En El Lavaderu lo sabían y lo respetaban sin preguntas, de ese modo en que se quieren y se respetan los clanes donde las cosas se saben sin necesidad de decirse.

Todos miran ahora a Eva, el único vestigio de lealtad que dejó Andrés. Sigue entrando cada día en la cocina. No quiere hablar. A algunos conocidos les ha comentado que se dicen “muchas mentiras”. Y que Andrés, su gran amigo, está bien. Ella espera su momento para contar qué sabía y qué no. Deberá responder si vio las ampollas de Colme cuando abría con su propia llave la taquilla de Andrés. Demasiadas preguntas. La trastienda de El Lavaderu es hoy más pública que nunca.

30 de diciembre de 2012

Como identificar a un psicópata

La neurociencia ha avanzado mucho, hoy día se puede ver en una pantalla la actividad cerebral de una persona mientras habla, escucha música o hace cualquier cosa.

La neurociencia cuenta con tecnología avanzada para ver las disfunciones cerebrales que tiene todo psicópata y así se descubre una persona peligrosa para la sociedad de forma inmediata.

Pero que pasa cuando no tenemos esos aparatos y vamos por la calle, conocemos a una persona nueva y nos preguntamos: será peligrosa? Será un psicópata, me puedo fiar de él, dejar a los niños con él, las llaves de mi casa? Hay una manera fácil y gratis de descubrir si una persona es o no un psicópata.

Te hablo de la integración de mitades faciales, o lo que es lo mismo de analizar una foto del rostro o cara de esa persona.



Se coge una foto frontal se parte en dos, duplicamos esas dos mitades y obtenemos 3 caras distintas a partir de una misma fotografía. (En el ejemplo lo veras claramente)

Si en esas 3 fotos vemos que el gesto de la persona es muy similar (la expresión), según el estudio científico de Joel Moguel estaríamos hablando de un psicópata en el 99% de los casos.
Esta prueba se ha hecho con psicópatas reconocidos como asesinos múltiples y coincide.

Adelante fotos de ejemplo: Psicópatas asesinos reconocidos.

Ted Bundy
ted bundy psicopata asesino en serie analisis de rostros
El Petiso Orejudo
el petiso orejudo asesino en serie psicopata
El Petiso Orejudo de mayor
petiso orejudo de mayor asesino en serie psicopata
Alton Coleman
alton coleman asesino psicopata


Análisis: Los rostros en los sujetos normales muestran diferencias en la intensidad de expresión facial tanto en el sujeto masculino como femenino, la característica mas significativa es la asimetría emocional que se encuentra en el rostro que controla el hemisferio izquierdo( la mitad facial derecha), esta parte de la cara de acuerdo con lo que reportan otras investigaciones tendría que tener menor intensidad en la expresión facial, puesto que se ha asociado al hemisferio derecho con una predominancia hacia la regulación emocional, En el sujeto normal se puede observar este fenómeno; mayor expresividad emocional en la mitad izquierda. Por el dado del rostro que controla el hemisferio derecho en la psicopatía, se obtiene una expresión facial que da la sensación de desagrado, situación que parece no suceder con los sujetos normales. La parte oculta del psicópata al parecer se expresa en la mitad facial izquierda controlada por el hemisferio derecho( segunda columna); es la expresión siniestra en el sujeto.

Cúidate de los psicópatas

Según las estádísticas, un 2% de la población es psicópata.  Los psicópatas circulan enmascarados buscando una presa a la que infringuir daños físicos o psicológicos. Es importante conocer su perfil, para identificarlos, evitarlos y desenmascarlos. 

Un psicópata tiene una personalidad sin empatía, sin emociones, sin sentimientos, capaz de maltratar a cualquiera y que trata las personas como si fuesen cosas. Como no hay sentimiento, le es igual que sea un bebé, un niño o un adulto. La falta de emociones puede responder a un problema de socialización o a una cuestión genética. Si es una adquisición social, como podría ser el caso de niños maltratados que repiten un patrón de conducta, el tratamiento resulta normalmente satisfactorio, hay una respuesta clara. No es el caso, obviamente, de los casos en los que esta frialdad y falta de emociones es innata.

Un caso ha conmociado especialmente estos dias, con el secuestro y asesinato de la pequeña Miriam por parte de este asesino psicópata llamado Jonathan Moya Gonzalez, que a estas alturas, todavia tiene perfil en Facebook, que por cierto es fan del Real Madrid y de Mariano Rajoy, me pregunto si existe el mismo denominador común en el perfil de otros psicópatas.  algun denominador común.


A la luz de los hechos, Jonathan Moya era un consumado mentiroso. Bajo la chistera de la red y el parapeto de la distancia, el joven almeriense supo construirse una identidad paralela desde la que engatusar al menos a dos jóvenes madres. Según el testimonio de una chica, se creía una especie de don Juan (nombre con el que le conoció Gema María Cuerda) bajo cuya mascara se ocultaba una personalidad a la que no le importó segar la vida de Miriam.

En Facebook, y esta vez con su nombre real, Jonathan Moya González, flirteaba con chicas fingiendo ser un exitoso empresario ganadero que había estudiado en la Universidad de Almería. Haciendo gala de semejante currículo en su perfil social, trató de tirarle los tejos a Yessica Quintana, con quien se vanagloriaba de tener una posición económica holgada

La joven explicó a este rotativo que ambos hablaban "alguna que otra vez", aunque "nada interesante". Cibernéticamente ambos se conocieron "hace algo más de un mes" a través de dicha red social. Fue después de que él le enviara una solicitud de amistad y se interesase por saber si se encontraba casada. A pesar de tener dos retoños, nunca dejó entrever un interés especial por su condición de madre, si bien sí que no dudo en dejar claro que "le parecía muy guapa a pesar de tener dos nenes". Conforme ganaba su confianza, Quintana relató que se interesó por el hecho de "si tenía algún tipo de relación con mi ex, a lo que le contesté que no, que ni tan siquiera me pasaba nada para los nenes".

A poco que cogieron confianza y las charlas se hicieron un poco más asiduas, Moya seguía su cortejo a la par que le dejaba claro que "tenía posibles", con la intención de reforzar ese cartel de ser un buen partido y garantizarle una buena posición económica. No tardó en pasar a la acción e insinuarle que por negocios viajaba mucho, por lo que no le importaría en alguna de sus muchas singladuras desembarcar en Las Palmas de Gran Canaria, donde ella reside actualmente, para "bebernos algo".

Esta declaración de intenciones no llegó a más, si bien su testimonio revela que Moya siguió la misma red de mentiras utilizada para ganar la confianza y el corazón de la vecina palmerina. En su círculo de amigos Cuerda había reconocido los sinsabores de relaciones anteriores.

Quizás por ello la joven confió en la red para abrir el abanico de su círculo de amistades. Fue a través de internet como conoció Moya, quien parecía cumplir con ese prototipo de príncipe azul que buscaba, si no fuese por un importante matiz que mantuvo oculto hasta el final: bajo su perfil de hombre responsable y solidario, que se jactaba de colaborar como rejoneador en corridas benéficas, se escondía un delincuente que había salido de la cárcel en julio por un delito de estafa. La cara oculta que logró mantener hasta el trágico secuestro.

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