Cuentan que Carlos Gardel entraba en un bar de la provincia de Buenos
Aires y tardaba unas dos semanas en ganarse a los parroquianos del
lugar. Ya en confianza, les soltaba que uno de sus tíos le había dejado
una herencia enorme, pero que no tenía plata para ir a reclamarla. Si
alguien dudaba de su palabra, mostraba documentos que supuestamente lo
probaban, y con frecuencia había quien ofrecía ayuda a El pibe Carlitos.
A cambio de que le sufragaran los gastos de viaje, hotel y abogados, él
firmaba un acuerdo donde se estipulaba que les cedería parte de esa
herencia. Gardel emprendía el viaje y, al final, nunca volvía. Es lo que
en América Latina se conoce como el cuento del tío, un timo simplón,
como el de la estampita o el tocomocho, que ha inspirado años de
literatura y música popular.
Raúl Torre y Juan José Fenoglio, dos peritos en criminalística
argentinos que llevan 14 años rastreando el pasado de Carlos Gardel, han dado a conocer esta semana
los resultados de su investigación, causando el revuelo habitual en
todo lo relacionado con el mito. Sostienen que en su juventud el
tanguero más importante de la historia había sido, en efecto, un
estafador. Con ayuda de un software compararon las huellas
dactilares de un historial delictivo desaparecido (Carlos Gardel habría
logrado que prácticamente cualquier pista sobre su pasado penal fuera
destruida por orden del presidente Marcelo T. de Alvear)
con las del pasaporte uruguayo del cantante y concluyeron que “se trata
de una misma y única persona”, cuentan al teléfono desde Buenos Aires.
Para la fase final de su pesquisa, añaden, planean realizar una prueba
de ADN a pelos hallados en cepillos de ropa de Carlos Gardel. La
intención es despejar cualquier duda sobre el parentesco con su madre,
Berthe Gardes.
Se cree que Carlos Gardel habría logrado que
prácticamente cualquier pista sobre su pasado penal fuera destruida por
orden del presidente Alvear. Hace apenas dos meses, otra investigación aseguró que Gardel había nacido en Toulouse (Francia). Ya antes se había dicho que lo hizo en Tacuarembó
(Uruguay). Y también en La Plata (Argentina). Y que, por conveniencia,
había tenido distintas identidades. Y que estuvo preso en Ushuahia. Y
que había estado ligado sentimentalmente a varias mujeres, no solo a las
actrices Isabel Martínez del Valle y Mona Maris. Y que era homosexual.
Y que hacía milagros a quien iba a pedírselos a su tumba en el
cementerio de La Chacarita. Y que no murió en un accidente aéreo, porque
en realidad andaba de gira por América Latina con una máscara que
ocultaba su rostro deformado. ¿Por qué se ensancha cada vez más la
leyenda de El zorzal criollo?
Carlos Gardel es uno de los principales iconos del imaginario
colectivo argentino. El ejemplo de chico humilde que gracias a su
talento llegó a convertirse en ídolo planetario. Pero es, sobre todo,
una presencia constante en las conversaciones de la república
sudamericana. Ser Gardel, en el argot porteño, es ser lo más. Y si a
alguien se le complican las cosas o todo se le estropea, dice: “Estoy
como Gardel en el avión”. Gardel, Gardel, Gardel.
Como señala el poeta colombiano Darío Jaramillo –autor de Poesía en la canción popular latinoamericana,
donde se ocupó de varios tangos de Gardel–, aclarar el pasado de esta
leyenda nacional es un pasatiempo no solo argentino, sino también
latinoamericano. “La verdad mítica no tiene que ver con la verdad
verdadera. Un mito puede darse el lujo de nacer en tres partes
distintas, Tacuarembó, La Plata o Toulouse, porque es un mito. Y no hay
nada más mitificante que la labor de los desmitificadores.
Gardel, el mito, es, por mucho, una historia más larga que la de Gardel,
el individuo. Cualquier cuento que se cuente del individuo agranda el
mito; cualquier cosa que se invente sobre el mito agranda al individuo”,
reflexiona.
Las identidades del zorzal criollo
La primera ficha policial con las huellas dactilares de Carlos Gardel es de 1904 (ver abajo). Él tenía 13 años y seis meses y dijo llamarse Carlos Gardez. En 1923, el cantante quiso emprender su primera gira internacional y señaló que nació en Tacuarembó (Uruguay). Así obtuvo el pasaporte, en donde también plasmó sus huellas dactilares. Gracias a la comparación de estos dos documentos realizada por los investigadores Raúl Torre y Juan José Fenoglio mediante el sistema automático de identificación de huellas dactilares se determinó que se trababa de “una misma y única persona”.
Cuando aún no existían los asesores de imagen, Gardel, muy atento a
las nuevas reglas del estrellato que proponía Hollywood, se percató de
que no bastaba con una buena voz, también había que proyectar un
arquetipo. Lo explica el sociólogo argentino Juan José Sebreli en su Ensayo contra los mitos:
“A través de fotografías y entrevistas se reveló como un hábil promotor
de sí mismo: exageraba sus triunfos en el exterior o su amistad con
personalidades famosas a las que solo había visto de pasada, a veces
mentía mencionando su éxito en Londres, ciudad donde nunca había
actuado, o inventándose ascendientes de clase alta”.
Según el último libro publicado sobre el cantante, El padre de Gardel (Proa American Ediciones, 2012), Charles Romuald Gardes (su verdadero nombre) nació el 11 de diciembre de 1890 en Toulouse.
Se dice que su padre, desaparecido, era un ladrón francés que huía
constantemente para evitar pagar por sus fechorías. Y su madre se llevó a
la futura estrella a Argentina para alejarse de las insidias de
familiares y vecinos, que no veían con buenos ojos que criara a un niño
siendo soltera.
Al chico comenzaron a decirle Carlitos en el barrio de
Abasto de Buenos Aires, y cuando se le preguntaba qué era lo que más
deseaba, él respondía: “Una montaña de guita”. Para Darío Jaramillo, el
pasado delictivo del cantante es, por ende, verosímil. “Gardel creció en
el sector de un gran mercado donde predominaban los inmigrantes pobres.
Él mismo fue uno de ellos. No me parece un escenario ajeno a la
picaresca, a cierta hamponería subproducto de una lucha despiadada en la batalla por la supervivencia”.
Cuando Carlitos era un adolescente esforzándose por parecer un dandi,
empezó a cantar en reuniones de amigos y familiares y se hizo escuchar
por los cantantes del teatro donde él trabajaba como tramoyista. “Gardel
sería el hombre de aldea que se prueba la ropa de la aristocracia
europea y descubre que es su segunda piel. Parece que, al nacer, en
lugar de tener que cortarle el cordón umbilical, hubo que cortarle el
reloj de oro con cadena”, escribiría muchos años después la cronista
argentina María Moreno.
Los investigadores concluyen que cambiaba
constantemente de identidad para que su pasado delictivo no perjudicara
su carrera artística. Y no para evitar que Francia le obligara a
alistarse a su ejército
¿Quién podía resistirse al canto del zorzal, ese pájaro que acompaña
al amanecer? Su galanura era objeto de deseo. Si no se casó con ninguna
mujer fue porque, decía, “todas valen la pena, y darle la exclusividad a
alguna es ofender a las otras”. Su imagen también era admirada por
quienes aspiraban a la elegancia. El traje y la corbata, el pelo
relamido –“repeinado, che”–, la mirada y la sonrisa seductora
–“simpática, pícara y castigadora”–, el sombrero de lado, la
sensibilidad, el temperamento y la voz aterciopelada de Gardel se
convirtieron en la representación ideal de los lamentos, el desgarro y
la nostalgia tanguera.
En la primavera de 1935, Gardel comenzó una gira con la intención de
recorrer toda Iberoamérica, donde la gente ya había incorporado a sus
charlas aquello de “que veinte años no es nada”. Pero sus planes se
truncaron. El 24 de junio de ese año, en el aeropuerto de Medellín
(Colombia), murió en un accidente aéreo. El velatorio y el entierro
fueron multitudinarios. Y su leyenda crecería con el paso de los años.
En 1998, el Centro de Estudios Gardelianos
se puso en contacto con Torre y Fenoglio, dos investigadores forenses
que se autoproclaman admiradores de Gardel, para que determinaran la
verdadera nacionalidad del intérprete de Por una cabeza. Así
que comenzaron a rastrear la documentación de colecciones públicas y
privadas que los llevaría a encontrar aspectos adicionales. Han
analizado y comparado fotos, pasaporte, testamento e historiales
policiacos y médicos del cantante con técnicas de la policía científica
–como el sistema automático de identificación de huellas dactilares o el
de reconocimiento facial– para establecer su identidad y parentesco,
con el propósito de derribar especulaciones.
De esta manera llegaron a la conclusión de que Gardel cambiaba
constantemente de identidad (nombre propio, lugar de nacimiento y nombre
de sus padres) para que su pasado delictivo de estafador no perjudicara
su carrera artística. Y no para evitar, como se ha escrito, que Francia
le solicitara integrarse en el ejército con el que combatió en la
Primera Guerra Mundial. Torre y Fenoglio cuentan, además, que varias de
las primeras canciones de Gardel fueron escritas por Andrés Cepeda, “el
poeta de la prisión”. Cepeda era un estafador que pasó buena parte de su
vida en la cárcel, “lo cual hace pensar que compartieron detenciones en
comisarías y encierros penales”.
Para el escritor porteño Martín Caparrós,
la clave del revuelo ocasionado una y otra vez por las revelaciones
gardelianas radica en el interés por preservar el mito. “Hace un par de
meses, cuando unos investigadores encontraron los documentos que
confirmaban que Gardel era francés, me sorprendió la simpleza del
procedimiento y, por tanto, que nadie lo hubiera hecho antes. El mito
necesita cierta ambigüedad, la nebulosa. No hay nada que dañe tanto un
mito como los datos precisos, y no hay nada que los argentinos hagamos
mejor que producir mitos”, concede. “La Argentina es un país de un peso
muy relativo en la cultura global, que solo es extraordinario
produciendo mitos, caras para la camiseta universal: Evita, el Che,
Maradona, Gardel. Así que no debemos arruinar esa habilidad con datos:
sería como escupir para arriba”.
Una leyenda, concluye Darío Jaramillo, que a la luz del flujo
constante de nuevas aseveraciones sigue creciendo. “Es un mito omnívoro,
alimentado por el culto a su voz, ajeno a la moral. Acaso, sí, en
ocasiones, armado de la maldad suficiente para justificar la estafa como
método de supervivencia, de negocios y de gobierno. El mito crece no
solo en lo luminoso, sino también en lo que tiene de perverso”. Y el
poeta colombiano aclara que lo dice “sin la frente marchita”.
0 comentaris:
Publicar un comentario