Una noche de finales de agosto del año pasado, uno de los hijos del
periodista Luis del Olmo se acercó a las oficinas de administración de
la editorial Don Balón, en la calle de París de Barcelona. Le acompañaba
uno de los hijos del dueño de la empresa, Rogelio Rengel Mercadé.
Rengel no había respondido a las llamadas y tenía que dar explicaciones
por lo que a esas horas parecía ya una estafa mantenida durante cinco
años que había dilapidado el dinero de las dos familias.
Los dos hombres entraron en el edificio y subieron hasta el primer
piso. La puerta del despacho de Rengel estaba cerrada con llave y
tardaron un rato en encontrar la manera de entrar. Cuando lo
consiguieron, vieron a Rengel en una mesa con una botella de whisky.
Sobre la mesa había una caja de Valium y unas cartas de despedida. El
dueño de la revista Don Balón les contó que había tomado varias
pastillas. No había encontrado otra forma de dar una salida a lo que
había estado haciendo: engañar a sus amigos para mantener a flote la
revista que había sido su sueño desde que la comprara en 1979.
Esa fue la versión que contó a los Mossos d’Esquadra tras ser
detenido en las horas siguientes, según fuentes cercanas al caso.
Rengel, de 71 años, relató a los investigadores cómo había tratado de
sacar adelante la revista. El método no había sido demasiado alambicado.
Retiraba grandes sumas de dinero de las empresas de sus amigos, vecinos
y familiares, quienes le habían dado poderes plenos. La mayor parte del
dinero que había obtenido provenía de la empresa Producciones Lumer,
propiedad de Luis del Olmo. Con esas cantidades tapaba agujeros de Don Balón.
Luego, valiéndose de su experiencia como asesor fiscal, falseaba las
cuentas y se las mostraba a Del Olmo. Así durante cinco años.
Lo mismo hizo con la empresa Sociedad Profesional de Periodismo,
propiedad de un hijo de Del Olmo, y con Interfootball, de su propio
hijo, Amadeo Rengel, agente de jugadores como David Silva y Santiago
Cazorla. Rengel dijo a los policías que la cantidad estafada era de tres
millones y pico, pero los investigadores piensan que podría superar los
siete millones. Está denunciado por los delitos de apropiación indebida
y estafa documental. Aún no hay fecha prevista para el juicio.
Por ahora, no hay señales de que Rengel se lucrara. La cuenta que
posee en Suiza no tiene fondos. Su estafa no le sirvió para salvar el
agujero en el que se había convertido su revista. Una semana después de
su detención, Don Balón dejó de publicarse tras 36 años en los quioscos,
dejando en la calle a una veintena de trabajadores. Rogelio Rengel jr.,
editor internacional de la revista, se presentó en las oficinas, les
dijo que su padre había estafado a la familia y que estaban en la ruina.
El propio Rengel también se quedó en la calle. Su mujer le echó de
casa tras enterarse de lo que había pasado. Sus hijos no le hablan.
Rengel vive desde entonces en el mismo despacho de la calle de París en
el que intentó, sin ningún éxito, quitarse la vida —algunas fuentes del
caso aseguran que solo buscaba que se apiadaran de él—. Un hombre
responde al teléfono y le pasa la llamada. “Lo lamento mucho, pero no
voy a poder ayudarle. El asunto está en manos de mis abogados y no voy a
hacer ninguna declaración sobre ese tema”, responde Rengel.
Casi la misma respuesta da Luis del Olmo. “Lo siento mucho, pero ya
he hablado sobre este asunto y mis abogados no quieren que diga nada
más. El juicio no será hasta dentro de tres meses o más”, señala el
locutor, que acepta al menos hacerse unas fotos para este periódico. Lo
que Del Olmo ha comentado estas semanas sobre el caso, en televisión y
ante un grupo de estudiantes de periodismo en Madrid, es que Rengel –“un
hijo de perra”, según el locutor– le ha robado la mayor parte de lo que
ha ganado en toda una vida dedicada a la radio: “Tenía toda nuestra
amistad, nuestra confianza, nuestra familiaridad. Entraba en casa… Tenía
llave de mi casa. Me quedan cuatro duros contados”.
Nadie sabe muy bien qué camino tomó Rogelio Rengel para dejar de ser
el tipo al que dejarías las llaves de casa y convertirse en el asesor
fiscal que dilapidaba fortunas. Pero, por los detalles de la
investigación y el perfil que dibujan de él los extrabajadores de Don Balón,
parece claro que estaba dispuesto a todo con tal de salvar la revista.
El semanario empezó a venderse en 1975. Contaba entre sus filas con
periodistas como José María García o Mercedes Milá. En febrero de 1977
apareció en los quioscos con una portada que les costaría una buena
reprimenda de la Iglesia. “La semana de la cruycifixión”, titulaba la revista bajo una imagen del Cristo de Velázquez con la cara del futbolista Johan Cruyff.
Dos años más tarde, Rengel se hizo con el control de Don Balón.
A pesar de ser oficialmente el editor, era el que la dirigía,
contrataba y decidía los temas. El círculo de la prensa deportiva de
Barcelona comenta que Don Balón siempre vivió por encima de sus
posibilidades. “Era como el milagro de los panes y los peces. Fiestas
en el Ritz, todo el mundo invitado… Traía a Maradona y le pagaba todo.
Demasiado para una publicación de unos 10.000 ejemplares”, asegura un
veterano periodista. Otros afirman que él mismo compraba los miles de
ejemplares que no se vendían en el quiosco. “En Navidad volaban los
Cinco Jotas”. En cualquier caso, todos parecen estar de acuerdo en que
Rengel había entrado en una pulsión derrochadora que le hacía pagar
grandes cantidades de dinero para organizar actos o animar al Español.
Todo para mantener el estatus de empresario catalán del deporte con
contactos e influencia.
Don Balón era miembro de la Asociación Europea de Revistas Deportivas
y estaba considerado el semanario decano en España. Pero hace ya mucho
tiempo que sus portadas dejaron de tener el impacto de sus inicios y de
ser una referencia en el periodismo deportivo. La mayor parte de los
hallazgos que los colegas de profesión mencionan no tienen que ver con
un reportaje o una exclusiva, sino con el hecho de que Don Balón
era una de las revistas que entregaba la Bota de Oro al máximo goleador
de las Ligas europeas. En 2010, Rengel fue el encargado de entregársela
a Messi. “Eso era lo que le gustaba a él realmente. Hacerse fotos con
la gente de la UEFA, tener influencia social. Era un conocido
periquito”, señala un extrabajador. Esta misma fuente, empleado en la
compañía en los últimos tiempos, asegura que siempre se extrañó de que
“la publicación fuera rentable”. “No lo era, está claro. Pero también me
sorprende que Rengel solo fuese capaz de estafar a alguien. Si hablabas
de algo de números con él, empezaba a hacer una regla de tres en un
papel y se equivocaba en las multiplicaciones”, explica el exempleado.
La visión que tenía Rengel de negocio nunca se adaptó a los tiempos.
Los directivos eran de paja y apenas podían innovar en una revista que
seguía resultando demasiado ochentera en apariencia y
contenidos. Los trabajadores cuentan que le gustaba parecer un
patriarca, dar consejos revestidos de una vasta cultura y principios
bíblicos; quería mostrarles que formaban parte de una familia, y les
daba sermones sobre la ética y el trabajo. Su asesoría fiscal se llamaba
Asteya, que en sánscrito significa “no robarás”.
“Su mujer y sus hijos asistían a las reuniones. Estaban enterados de
todo”, dice otro periodista de la publicación. “Nunca nos decían cuántos
ejemplares vendíamos. Pero él llevaba registro de todo en sus
archivos”.
Los trabajadores viven su propio drama estos días. Se han quedado sin
nada y ahora tratan de conseguir en los juzgados que los despidos se
declaren improcedentes. En general, la mayoría de ellos coincide en que
Rengel no era una mala persona y que mantenía un buen trato con los
trabajadores. Le definen más bien como alguien de otra época, sin
capacidad para hacer que la revista compitiese con los demás medios
deportivos en España. Antes de que toda la historia de Rengel se
desmoronase como un castillo de naipes, el editor había soltado un
discurso en la redacción a sus periodistas para explicarles los retrasos
que habían tenido en el pago de sus nóminas. “Si alguna vez hace falta,
lo pagaré yo de mi propio bolsillo”, les dijo, según cuenta un
redactor.
Este mismo periodista recuerda que el 26 de diciembre del año pasado,
el día de San Esteban, recibió un mensaje de Rengel en el buzón de voz.
“Me deseaba felices fiestas y un feliz año, y me emplazaba a una cita
para darnos explicaciones”. Todos los trabajadores recibieron ese mismo
mensaje. Solo dos acudieron a verle. Rengel les pidió perdón. En uno de
los encuentros se echó a llorar.
Para muchos, la versión que Rengel ha dado a la policía no termina de
encajar del todo. Tampoco las cifras. Según algunas fuentes próximas a
la familia Del Olmo, el dinero estafado al locutor y a las demás
víctimas supera los 12 millones de euros. ¿Invirtió el editor todo lo
que afanó exclusivamente en la revista? El mundillo periodístico se ha
hecho eco estos días de algunos rumores que hablan de malas inversiones
en inmuebles y en proyectos editoriales fallidos en el extranjero. Sin
embargo, la investigación se da por cerrada con la única conclusión de
que Rengel, sin implicar a nadie más, se lo gastó todo en Don Balón. Si es así, el dinero se ha perdido en los innumerables gastos que la firma ha generado durante todos estos años.
Además de Luis del Olmo, entre las víctimas de Rengel hay vecinos y
familiares, gente que había puesto toda su confianza en él para realizar
inversiones y administrar su patrimonio. Fue el menor de sus hijos,
Amadeo, el que denunció al padre ante los Mossos d’Esquadra, la misma
noche en la que Rengel permanecía encerrado en su despacho, sin
contestar al teléfono, con valiums y whisky sobre la mesa. Horas antes,
Amadeo y su madre habían visitado la casa de Luis Del Olmo para contarle
lo que había pasado.
Amadeo había detectado el agujero en la agencia de futbolistas en la
que Rengel tenía plenos poderes para hacer movimientos de capital. Había
hablado con su padre y este acabó confesándolo todo: que también se
había apropiado del dinero del locutor y de más gente. Esa fue la misma
declaración que hizo luego ante los investigadores en la comisaría. “Me
vendieron que me había estafado, que era una vergüenza para ellos. Pero
no sé si creérmelo. No sé si me estaban contando una milonga”, aseguró
el periodista a El Periódico de Catalunya.
El locutor ha expresado en público su indignación por la traición de su amigo, aunque ha tratado de restarle gravedad. En el programa Sálvame, de Telecinco,
contó la semana pasada que “lo peor” ya había pasado y que mientras
tuviera trabajo no estaría en la ruina. Sin darse cuenta, Luis del Olmo
ha estado financiando el proyecto de Rengel durante cinco años. Sus
colaboradores cuentan que a veces se le veía por el estudio del programaProtagonistas, en ABC Punto Radio, adonde acudía para tratar con Luis del Olmo la gestión de su empresa durante los descansos.
El dinero de Del Olmo era, en últimas, lo que sostenía a Don Balón,
a don Rogelio, al tipo que le había llevado las cuentas, el hombre de
su confianza, un señor de 71 años que no estaba dispuesto a aceptar que
su pasión por poseer una revista y dar botas de oro había terminado.
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