10 de marzo de 2012

Quién puede estafar a Luis del Olmo?

Una noche de finales de agosto del año pasado, uno de los hijos del periodista Luis del Olmo se acercó a las oficinas de administración de la editorial Don Balón, en la calle de París de Barcelona. Le acompañaba uno de los hijos del dueño de la empresa, Rogelio Rengel Mercadé. Rengel no había respondido a las llamadas y tenía que dar explicaciones por lo que a esas horas parecía ya una estafa mantenida durante cinco años que había dilapidado el dinero de las dos familias.

 Los dos hombres entraron en el edificio y subieron hasta el primer piso. La puerta del despacho de Rengel estaba cerrada con llave y tardaron un rato en encontrar la manera de entrar. Cuando lo consiguieron, vieron a Rengel en una mesa con una botella de whisky. Sobre la mesa había una caja de Valium y unas cartas de despedida. El dueño de la revista Don Balón les contó que había tomado varias pastillas. No había encontrado otra forma de dar una salida a lo que había estado haciendo: engañar a sus amigos para mantener a flote la revista que había sido su sueño desde que la comprara en 1979.

Esa fue la versión que contó a los Mossos d’Esquadra tras ser detenido en las horas siguientes, según fuentes cercanas al caso. Rengel, de 71 años, relató a los investigadores cómo había tratado de sacar adelante la revista. El método no había sido demasiado alambicado. Retiraba grandes sumas de dinero de las empresas de sus amigos, vecinos y familiares, quienes le habían dado poderes plenos. La mayor parte del dinero que había obtenido provenía de la empresa Producciones Lumer, propiedad de Luis del Olmo. Con esas cantidades tapaba agujeros de Don Balón. Luego, valiéndose de su experiencia como asesor fiscal, falseaba las cuentas y se las mostraba a Del Olmo. Así durante cinco años.

Lo mismo hizo con la empresa Sociedad Profesional de Periodismo, propiedad de un hijo de Del Olmo, y con Interfootball, de su propio hijo, Amadeo Rengel, agente de jugadores como David Silva y Santiago Cazorla. Rengel dijo a los policías que la cantidad estafada era de tres millones y pico, pero los investigadores piensan que podría superar los siete millones. Está denunciado por los delitos de apropiación indebida y estafa documental. Aún no hay fecha prevista para el juicio.

Por ahora, no hay señales de que Rengel se lucrara. La cuenta que posee en Suiza no tiene fondos. Su estafa no le sirvió para salvar el agujero en el que se había convertido su revista. Una semana después de su detención, Don Balón dejó de publicarse tras 36 años en los quioscos, dejando en la calle a una veintena de trabajadores. Rogelio Rengel jr., editor internacional de la revista, se presentó en las oficinas, les dijo que su padre había estafado a la familia y que estaban en la ruina.

El propio Rengel también se quedó en la calle. Su mujer le echó de casa tras enterarse de lo que había pasado. Sus hijos no le hablan. Rengel vive desde entonces en el mismo despacho de la calle de París en el que intentó, sin ningún éxito, quitarse la vida —algunas fuentes del caso aseguran que solo buscaba que se apiadaran de él—. Un hombre responde al teléfono y le pasa la llamada. “Lo lamento mucho, pero no voy a poder ayudarle. El asunto está en manos de mis abogados y no voy a hacer ninguna declaración sobre ese tema”, responde Rengel.

Casi la misma respuesta da Luis del Olmo. “Lo siento mucho, pero ya he hablado sobre este asunto y mis abogados no quieren que diga nada más. El juicio no será hasta dentro de tres meses o más”, señala el locutor, que acepta al menos hacerse unas fotos para este periódico. Lo que Del Olmo ha comentado estas semanas sobre el caso, en televisión y ante un grupo de estudiantes de periodismo en Madrid, es que Rengel –“un hijo de perra”, según el locutor– le ha robado la mayor parte de lo que ha ganado en toda una vida dedicada a la radio: “Tenía toda nuestra amistad, nuestra confianza, nuestra familiaridad. Entraba en casa… Tenía llave de mi casa. Me quedan cuatro duros contados”.

Nadie sabe muy bien qué camino tomó Rogelio Rengel para dejar de ser el tipo al que dejarías las llaves de casa y convertirse en el asesor fiscal que dilapidaba fortunas. Pero, por los detalles de la investigación y el perfil que dibujan de él los extrabajadores de Don Balón, parece claro que estaba dispuesto a todo con tal de salvar la revista. El semanario empezó a venderse en 1975. Contaba entre sus filas con periodistas como José María García o Mercedes Milá. En febrero de 1977 apareció en los quioscos con una portada que les costaría una buena reprimenda de la Iglesia. “La semana de la cruycifixión”, titulaba la revista bajo una imagen del Cristo de Velázquez con la cara del futbolista Johan Cruyff.

Dos años más tarde, Rengel se hizo con el control de Don Balón. A pesar de ser oficialmente el editor, era el que la dirigía, contrataba y decidía los temas. El círculo de la prensa deportiva de Barcelona comenta que Don Balón siempre vivió por encima de sus posibilidades. “Era como el milagro de los panes y los peces. Fiestas en el Ritz, todo el mundo invitado… Traía a Maradona y le pagaba todo. Demasiado para una publicación de unos 10.000 ejemplares”, asegura un veterano periodista. Otros afirman que él mismo compraba los miles de ejemplares que no se vendían en el quiosco. “En Navidad volaban los Cinco Jotas”. En cualquier caso, todos parecen estar de acuerdo en que Rengel había entrado en una pulsión derrochadora que le hacía pagar grandes cantidades de dinero para organizar actos o animar al Español. Todo para mantener el estatus de empresario catalán del deporte con contactos e influencia.

Rengel estafó hasta a sus propios hijos. Ahora se refugia en su despacho

Don Balón era miembro de la Asociación Europea de Revistas Deportivas y estaba considerado el semanario decano en España. Pero hace ya mucho tiempo que sus portadas dejaron de tener el impacto de sus inicios y de ser una referencia en el periodismo deportivo. La mayor parte de los hallazgos que los colegas de profesión mencionan no tienen que ver con un reportaje o una exclusiva, sino con el hecho de que Don Balón era una de las revistas que entregaba la Bota de Oro al máximo goleador de las Ligas europeas. En 2010, Rengel fue el encargado de entregársela a Messi. “Eso era lo que le gustaba a él realmente. Hacerse fotos con la gente de la UEFA, tener influencia social. Era un conocido periquito”, señala un extrabajador. Esta misma fuente, empleado en la compañía en los últimos tiempos, asegura que siempre se extrañó de que “la publicación fuera rentable”. “No lo era, está claro. Pero también me sorprende que Rengel solo fuese capaz de estafar a alguien. Si hablabas de algo de números con él, empezaba a hacer una regla de tres en un papel y se equivocaba en las multiplicaciones”, explica el exempleado.

La visión que tenía Rengel de negocio nunca se adaptó a los tiempos. Los directivos eran de paja y apenas podían innovar en una revista que seguía resultando demasiado ochentera en apariencia y contenidos. Los trabajadores cuentan que le gustaba parecer un patriarca, dar consejos revestidos de una vasta cultura y principios bíblicos; quería mostrarles que formaban parte de una familia, y les daba sermones sobre la ética y el trabajo. Su asesoría fiscal se llamaba Asteya, que en sánscrito significa “no robarás”.

“Su mujer y sus hijos asistían a las reuniones. Estaban enterados de todo”, dice otro periodista de la publicación. “Nunca nos decían cuántos ejemplares vendíamos. Pero él llevaba registro de todo en sus archivos”.

Los trabajadores viven su propio drama estos días. Se han quedado sin nada y ahora tratan de conseguir en los juzgados que los despidos se declaren improcedentes. En general, la mayoría de ellos coincide en que Rengel no era una mala persona y que mantenía un buen trato con los trabajadores. Le definen más bien como alguien de otra época, sin capacidad para hacer que la revista compitiese con los demás medios deportivos en España. Antes de que toda la historia de Rengel se desmoronase como un castillo de naipes, el editor había soltado un discurso en la redacción a sus periodistas para explicarles los retrasos que habían tenido en el pago de sus nóminas. “Si alguna vez hace falta, lo pagaré yo de mi propio bolsillo”, les dijo, según cuenta un redactor.

Este mismo periodista recuerda que el 26 de diciembre del año pasado, el día de San Esteban, recibió un mensaje de Rengel en el buzón de voz. “Me deseaba felices fiestas y un feliz año, y me emplazaba a una cita para darnos explicaciones”. Todos los trabajadores recibieron ese mismo mensaje. Solo dos acudieron a verle. Rengel les pidió perdón. En uno de los encuentros se echó a llorar.

Para muchos, la versión que Rengel ha dado a la policía no termina de encajar del todo. Tampoco las cifras. Según algunas fuentes próximas a la familia Del Olmo, el dinero estafado al locutor y a las demás víctimas supera los 12 millones de euros. ¿Invirtió el editor todo lo que afanó exclusivamente en la revista? El mundillo periodístico se ha hecho eco estos días de algunos rumores que hablan de malas inversiones en inmuebles y en proyectos editoriales fallidos en el extranjero. Sin embargo, la investigación se da por cerrada con la única conclusión de que Rengel, sin implicar a nadie más, se lo gastó todo en Don Balón. Si es así, el dinero se ha perdido en los innumerables gastos que la firma ha generado durante todos estos años.

Además de Luis del Olmo, entre las víctimas de Rengel hay vecinos y familiares, gente que había puesto toda su confianza en él para realizar inversiones y administrar su patrimonio. Fue el menor de sus hijos, Amadeo, el que denunció al padre ante los Mossos d’Esquadra, la misma noche en la que Rengel permanecía encerrado en su despacho, sin contestar al teléfono, con valiums y whisky sobre la mesa. Horas antes, Amadeo y su madre habían visitado la casa de Luis Del Olmo para contarle lo que había pasado.

Amadeo había detectado el agujero en la agencia de futbolistas en la que Rengel tenía plenos poderes para hacer movimientos de capital. Había hablado con su padre y este acabó confesándolo todo: que también se había apropiado del dinero del locutor y de más gente. Esa fue la misma declaración que hizo luego ante los investigadores en la comisaría. “Me vendieron que me había estafado, que era una vergüenza para ellos. Pero no sé si creérmelo. No sé si me estaban contando una milonga”, aseguró el periodista a El Periódico de Catalunya.

El locutor ha expresado en público su indignación por la traición de su amigo, aunque ha tratado de restarle gravedad. En el programa Sálvame, de Telecinco, contó la semana pasada que “lo peor” ya había pasado y que mientras tuviera trabajo no estaría en la ruina. Sin darse cuenta, Luis del Olmo ha estado financiando el proyecto de Rengel durante cinco años. Sus colaboradores cuentan que a veces se le veía por el estudio del programaProtagonistas, en ABC Punto Radio, adonde acudía para tratar con Luis del Olmo la gestión de su empresa durante los descansos.

El dinero de Del Olmo era, en últimas, lo que sostenía a Don Balón, a don Rogelio, al tipo que le había llevado las cuentas, el hombre de su confianza, un señor de 71 años que no estaba dispuesto a aceptar que su pasión por poseer una revista y dar botas de oro había terminado.

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