Una casa cerrada a cal y canto es lo que queda del paso de la
pitonisa Lucía Martín por Magallón (Zaragoza). Su inexpugnable interior
desvelaba la verdadera vida de esta mujer, de 27 años, nacida en
Esplugues de Llobregat (Barcelona). Televisiones de plasma conectadas a
un sistema informático, auriculares, bolsos y zapatos de marca, decenas
de series de televisión en DVD y un cerdo vietnamita llamado Valentino.
También magdalenas y productos de panadería que ella aseguraba que
elaboraba para vender por internet.
En el pueblo la conocen como “la de la tele” tras el sonoro altercado que llevó a la detención de José Laparra, expresidente del equipo de fútbol Club Deportivo Castellón, acusado de allanamiento de morada, amenazas con arma de fuego y extorsión al intentar recuperar los 165.000 euros que pagó a la pitonisa por un conjuro destinado a obtener el amor de Sandra, una joven secretaria que trabaja en el edificio de Valencia donde él tiene una empresa.
El perfil de este hombre de negocios, dedicado a la promoción
inmobiliaria y a la atención geriátrica, tampoco es el más corriente, ya
que está procesado por el saqueo del equipo de fútbol, a cuya directiva
se acusa de desviar entre cuatro y seis millones de euros procedentes,
en parte, de subvenciones públicas.
Apenas media docena de magalloneros dicen haber visto a la vidente,
en alguna ocasión, durante los más de dos años que, junto a sus padres,
Encarnación y Vicente, ha vivido en el pequeño municipio zaragozano de
Campo de Borja, situado entre la polémica del Ecce Homo y el escándalo de corrupción de los molinos de viento de La Muela.
“No tienen ningún vínculo familiar, afectivo o amistoso con Magallón”,
afirma el alcalde, Víctor Manuel Chueca, que quiere poner fin a la
historia.
Y es que la pitonisa vivía encerrada. Era en el interior de la casa y
fuera del pueblo donde desplegaba su vida. Dentro, con un sistema de
llamadas de adivinación del futuro y resolución de problemas amorosos
que le permitía, cuando salía, viajes en primera clase, estancias en
lujosos hoteles y ropa de marca, sobre todo, bolsos, una especie de
obsesión que aún se deja ver en su recortado perfil de Facebook, abierto
en gran parte solo para sus amigos y en el que dice que ahora vive en
Andorra. En los 700 metros cuadrados distribuidos en tres pisos de una
vivienda que adquirió en una subasta bancaria, no se vislumbraban
imágenes esotéricas ni más velas que las necesarias para solventar algún
apagón.
En claro contraste con el ambiente rural de Magallón (1.200
habitantes), decenas de cajas de zapatos y de perfumes caros, grandes
pantallas y el cerdo vietnamita Valentino que adquirió emulando al actor
George Clooney y a la rica Paris Hilton, según ella misma contó, y al
que puso el nombre de un conocido diseñador, muestra de su pasión por la
moda y los complementos a los que solo llegan quienes tienen un elevado
poder adquisitivo.
La Guardia Civil se incautó de más de 167.000 euros en la vivienda,
completamente enrejada, cuando la mañana del 15 de mayo acudió a la casa
alertada por la propia pitonisa. Los antenistas que estas semanas
trabajan por el pueblo recuerdan que aquel día llovía. La presencia de
tres coches patrulla en un lugar donde los tractores son vehículos
habituales les llevó a acercarse al número 10 de la calle San Miguel.
Laparra y sus acompañantes —Carmen de 50 años, y dos jóvenes, Youssef y
Juan José, de 25 y 27— ya estaban fuera de la casa. “Eran la mitad que
este”, recuerda uno de los antenistas señalando a su compañero para
significar que no eran de complexión fuerte.
Para los minutos que precedieron a la detención hay dos versiones. La
pitonisa denunció que Laparra y sus amigos accedieron al domicilio sin
consentimiento, exigiendo la devolución de los 165.000 euros que
Laparra, soltero, de 46 años y con dolencias coronarias, había abonado
por un conjuro de amor que no funcionó. Los presuntos asaltantes
aseguran que fue Vicente, el padre de la pitonisa, quien les abrió la
puerta y que la trifulca llegó cuando el dinero que les devolvió por el
servicio fallido era mucho menor que la cantidad pagada. Fue entonces
cuando Lucía, que estaba escondida bajo una cama, llamó por teléfono al
112.
Los padres de la pitonisa sabían de su negocio, aunque de él no le
hubieran hablado a ninguno de sus vecinos cuando participaron en las
fiestas de la calle, el pasado septiembre, en una de sus también escasas
salidas. Lo conocían y lo defendieron, al igual que hizo ella, por
teléfono, en un programa de Cuatro, cuando alegó que en España hay libre
comercio y que cada uno fija sus tarifas. “Tengo un gabinete de ayuda
psicológica”, dijo a los guardias civiles. Y dicen que su padre también
la exculpó: “Si hay tontos que pagan por esto…”.
En un principio, Laparra admitió el relato de la pócima —un ungüento
de agua, flores y tierra de cementerio— con el que pretendía el amor de
Sandra, de la que estaba perdidamente enamorado. Después dijo que
pretendía atraer la suerte para sus negocios y, posteriormente, haber
entregado el dinero como inversión en un negocio de tarot y “rituales”.
El caso es que, en su publicidad virtual, la supuesta vidente, a la vez
que reconocía lo elevado de sus honorarios, daba garantías de que
devolvería el dinero a sus clientes si la magia no funcionaba. Y, según
fuentes de la investigación, en este caso no dio resultado... Laparra no
siguió fielmente las instrucciones.
La Guardia Civil decomisó 22.500 euros, cantidad que portaba uno de
los asaltantes. Un par de horas después, los agentes volvieron al
domicilio de la pitonisa y lo registraron con su consentimiento. En tres
puntos diferentes de la casa encontraron otros 140.000 euros, en
billetes de 500 y 200, que también fueron incautados ante la posibilidad
de que exista, además, un delito fiscal.
Todos los detenidos fueron puestos en libertad. Los cuatro asaltantes,
acusados de allanamiento de morada y realización arbitraria del propio
derecho (el que, para realizar un derecho propio, actuando fuera de las
vías legales, empleare violencia, intimidación o fuerza). La quinta
persona que viajó a Magallón, el conductor del coche, fue puesto en
libertad sin cargos.
El abogado de los acompañantes de Laparra, José Palacín, asegura que
no hubo violencia y que en ningún momento sacaron la pistola simulada,
que fue decomisada, al igual que una microcámara que el empresario
llevaba en la solapa de chaqueta.
Ni la pitonisa, ni sus magdalenas, ni el cerdo vietnamita. Lo que ha
revolucionado Magallón es que en una de sus casas hubiera 165.000 euros.
Mientras, Laparra busca cómo defenderse del gol que le metió quien le
iba a proporcionar amor eterno.
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