El imperio del clan de José María Ruiz-Mateos se resquebraja de la
peor manera posible. No son las deudas (la familia ha sabido navegar
como nadie entre ellas), no son los juicios en marcha (no hay persona en
España que haya pisado más veces un juzgado), no son los embargos (algo
más de 40 inmuebles se siguen salvando del desahucio gracias a una
telaraña de sociedades interpuestas que figuran como propietarias). Es
la familia la que se rompe, los cimientos del peculiar credo católico
empresarial de quien llegó a ser un día el primer magnate de España.
Era una estirpe densa (13 hijos, 6 de ellos varones, y 52 nietos) y
compacta, unida en torno a la figura de los padres, solidaria y
comprometida. Sin aristas ni grietas, organizada según las directrices
del progenitor: los hombres para gestionar las empresas, y las mujeres
para procrear y multiplicar la familia. Todo ello por voluntad divina
(salvo la expropiación de Rumasa en 1983).
Pues bien, esa imagen se ha roto: una de las hijas del patriarca, Begoña, denuncia al resto de sus hermanos,
y estos a su vez declaran ante los jueces que el padre es el culpable.
Para remate, Joaquín Yvancos, quien fue mano derecha durante 28 años de
José María Ruiz-Mateos, ha cruzado a la otra orilla, colabora con la justicia y se prodiga en declaraciones acusatorias.
Los abogados de ambas partes callan, posiblemente para evitar más
deterioro (no han querido pronunciarse a este periódico). Hace tiempo
que se rompió la cordialidad entre la familia y los medios de
comunicación porque ya no hay dinero para pagar los reportajes, pasaron
los tiempos en los que las notas de prensa sobre el crecimiento
imparable de sus empresas se difundían sin ningún contraste. ¿Estamos
ante un sálvese quien pueda en los juzgados o es la enésima estratagema
para eludir condenas?
En este caso hay que ir por partes. Un episodio es el de los hijos
que acusan al padre en los juzgados. Puede parecer un caso terrible de
deslealtad. Quienes conocen a la familia anticiparon esta estrategia
jurídica hace tiempo: Ruiz-Mateos tiene 82 años, sufre párkinson, su salud se deteriora
y está apartado de la gestión; en esas condiciones, no pisará la
cárcel. Tampoco tiene patrimonio, nunca lo tuvo este astuto profesor
mercantil. Así que es el hombre perfecto para que caigan sobre él todas
las acusaciones.
Era una estirpe unida en torno a la figura de
los padres. Sin aristas ni grietas, organizada según las directrices del
progenitor: los hombres para gestionar las empresas, y las mujeres para
procrear y multiplicar la familia
Los hijos, Zoilo, José María, Alfonso, Javier, Álvaro y Pablo
(algunos más que otros), han sido imputados en muy diversos casos,
generalmente por alzamiento de bienes, por blanqueo de capitales y por
fraude fiscal. Sobre algunos, los procesos han llegado ya a la petición
de condena. La estrategia de defensa es coordinada: todos se limitaron a
cumplir las indicaciones del padre, desconocían los estados de cuentas.
Entre esta estrategia y la habilidad del padre para atraer los focos
con sus triquiñuelas para evitar acudir a un juzgado, los juicios se
alargan en el tiempo y no llegan nunca las condenas. Para los expertos,
está claro que se trata de una estrategia.
Segundo caso. Begoña Ruiz-Mateos, tercera en la dinastía, demanda a
sus seis hermanos por estafa, manipulación para alterar el precio de las
cosas, administración desleal, blanqueo de capitales e insolvencia
punible. Begoña es considerada como una de las hijas más peculiares de
Ruiz-Mateos por ser la única que se ha casado dos veces, un hecho que
parece anatema en una familia que defiende con firmeza la
indisolubilidad del matrimonio. Se casó en primeras nupcias con el barón
Carlos Perreau de Pinninck,
un aristócrata metido en negocios menores. El barón en cuestión no fue
un elemento marginal de la familia puesto que acompañó al padre en su
aventura política (fundó un partido llamado Agrupación de Electores
Ruiz-Mateos) y fue eurodiputado entre 1989 y 1994. Es un noble bien
parecido, educado y de ideología política poco sospechosa, el yerno
perfecto para una familia con aires de grandeza. Pero el matrimonio no
funcionó. Begoña se casó por segunda vez con Antonio Biondini. El
divorcio tuvo un coste: la casa de Begoña se hipotecó por valor de
1.200.000 euros, de los cuales la mitad fueron para su primer marido. ¿Y
los 600.000 euros restantes? Según Antonio Biondini, se los repartieron
los seis hermanos. Curiosa forma de pagar un divorcio.
¿Qué es lo que hay detrás de esta acusación? En apariencia, una
delicada situación económica. Todos los ingresos de Begoña y de su
actual marido, Antonio Biondini, terminaron dependiendo de las empresas
de Nueva Rumasa y de los pagarés. Y a ellos, como a otros ahorradores,
les sobrevino la ruina. En la acusación de Begoña se puso de manifiesto
que sus hermanos se comprometían a entregarle una asignación mensual
(30.000 euros, según su marido) a cambio de que el patrimonio a su
nombre pasara a formar parte de la telaraña societaria de Nueva Rumasa.
Esa asignación mensual se ha suspendido, según su versión. Begoña ya no
puede mantener su ritmo de vida. Tampoco su marido, que además invirtió
sus ahorros en los pagarés de Nueva Rumasa.
La disputa ha provocado una breve y curiosa guerra de comunicados.
Los hermanos acusan a Begoña de mentirosa. Lo hacen por separado, los
hermanos por un lado y las hermanas por otro. Todas, excepto dos,
Begoña, la acusada, y Socorro, que permanece en un intrigante silencio.
Y es que el concepto de familia unida ha ido muy lejos en este caso.
Como las empresas de Nueva Rumasa, la familia también funcionaba según
el concepto de caja única: cada hijo recibía un salario de esa caja.
Debido a un pacto firmado en 2004, cuando la salud de Ruiz-Mateos empezó
a debilitarse alarmantemente, los hijos renunciaron a sus derechos de
herencia a cambio de recibir unos pagos y unas propiedades. Ninguno de
los hijos ha disfrutado de verdadera independencia económica. Pues bien,
algo ha fallado en el reparto. Para haberse tratado de una familia que
ha hecho de cohesión una marca comercial e ideológica, el desenlace no
es muy elocuente: nada une más que el dinero.
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