Hay quien se hace pasar por ingeniero, periodista, doctor sin serlo.
Tenemos el mayor plantel de falsos titulados de toda Europa, currículos
falseados, fementidos, torcidos, aumentados, maquillados. Así las cosas,
a ver quién se sorprende de que el otro día supiéramos de la existencia
de una falsa pareja de guardias civiles, que hacían firmar a sus
víctimas un permiso de registro en sus viviendas y las desvalijaban.
En el interior de su casa, un español es, por el fracaso de la ley de
la patada en la puerta, un rey en su castillo, por lo que no debe, en
principio, abrir la puerta a nadie. A menos que sea por orden judicial.
Los que pretenden robarte se hacen a veces con carnés falsos, de
reponedores de gomas del gas, de técnicos del aire acondicionado,
etcétera; cuando se trata de especialistas fetén, exhiben placas ful de
policía.
En España es tan fácil engañar a la gente, que los ladrones a veces lo que enseñan son galletas de policías extranjeras. A la placa siempre se le ha llamado la galleta.
En España, el policía ful es una institución. Cerca de mí tengo a uno
que vivió de esto hasta que lo descubrieron, ya de mayor; ahora
falsifica recetas de psiquiatra.
En nuestro país, la gente se hace pasar por lo que no es, sí. Los
listos tienen una tendencia general a subirse de categoría, a engañar y
suplantar. Los robos en la calle o las viviendas quedan prácticamente
para los chorizos clásicos: los modernos suplantan a grandes
profesores, se hacen pasar por grandes periodistas, por historiadores,
por economistas. En la calle, el policía ful apenas tiene peligro; si le
dejas entrar en casa, la cosa cambia: abrirá tu caja fuerte, la vaciará
y te hará firmar un recibo, como si estuviera desempeñando un cometido
oficial.
Las placas o galletas de los galletos de la policía ful son de muy mala
calidad, queda claro en cuanto se las mira con un poco de atención.
Tómense el trabajo de pedir siempre la papela, la documentación a
quienes se presenten en su domicilio. Y si tienen dudas de encontrarse
ante un ful, llamen al 091.
En un país civilizado como el nuestro, los falsos agentes deberían pensárselo dos veces y la ciudadanía, ser mucho más avisada.
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