23 de abril de 2013

Los alimentos funcionales comerciales, uno de los grandes fraudes de la industria alimentaria

A través de este vídeo podemos ver una interesante charla ofrecida por José Manuel López Nicolás, Profesor Titular del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Murcia e investigador en el Grupo de Excelencia “Bioquímica y Biotecnología enzimática”. El experto nos habla de los alimentos funcionales comerciales y los clasifica como uno de los grandes fraudes de la industria alimentaria. Su introducción resulta interesante, inicia su charla preguntando quién come legumbres 3 o 4 veces a la semana. Como sabemos, es un alimento de gran valor nutricional que se considera imprescindible en el marco de una dieta equilibrada. Pregunta también quién come pescado 3 o 4 veces por semana, quién consume 5 piezas de fruta al día… son consejos que ofrecen quienes hablan de la Dieta Mediterránea, sin embargo, el investigador cree que la mayoría de estas personas no siguen los consejos que brindan.

Todos estos grupos de alimentos son muy importantes y ofrecen nutrientes necesarios para gozar de buena salud. Por ello, algunos especialistas indican que los alimentos funcionales no son necesarios. El investigador indica que aunque no deberían ser necesarios, sí lo son y la razón es sencilla, no comemos lo que realmente necesitamos, ni tanta fruta, ni tantas legumbres o pescado, entre otros alimentos. Podemos creer que tomando los alimentos funcionales comerciales hemos resuelto el problema de la falta de nutrientes, pero tampoco es así, según el experto este grupo de alimentos que podemos encontrar en los centros de distribución, son una gran mentira puesta en marcha por la industria alimentaria.  



 Para José Manuel López Nicolás es algo muy evidente, la culpa la tiene la propia industria alimentaria, se ha atribuido a este grupo de alimentos todo tipo de propiedades que en realidad no tienen, el marketing y la publicidad han hecho creer a muchos consumidores que son “alimentos milagro”.Ees interesante retomar la lectura del post Los alimentos funcionales no son tan funcionales, la propia EFSA (Agencia de Seguridad Alimentaria de la Unión Europea) ha ido constatando a medida que ha evaluado cada uno de los alimentos funcionales que se han presentado al mercado, que son un completo fraude y engañan a los consumidores, se han ofrecido bajo la premisa de aportar beneficios extras y significativos para la salud y sin embargo no se han aportado las oportunas pruebas científicas o en todo caso, no son pruebas científicas válidas. Hasta no hace mucho tiempo, este grupo de alimentos se comercializaban libremente en el mercado y sus etiquetas eran confusas, omitían información básica y por supuesto inducían a error, poco a poco la situación ha ido cambiando pero queda mucho por hacer.

El profesor habla de la publicidad que ha rodeado al mundo de los alimentos funcionales y de las propiedades que se les han llegado a atribuir, prevenir Alzheimer, el cáncer, mejorar el sistema inmunitario… en definitiva, un sin fin de propiedades que no se han justificado científicamente. Por fortuna, como hemos indicado anteriormente, la EFSA tomó cartas en el asunto en el año 2008 y creó un nuevo reglamento que obligaba a la industria alimentaria a avalar científicamente lo que se anunciaba en el etiquetado de los productos. Apenas hace unos meses que el reglamento entró oficialmente en vigor, se anunció que se acababan las mentiras y engaños publicitarios en torno a los alimentos funcionales, el profesor apunta que de las miles de peticiones realizadas por las empresas para poder anunciar las propiedades saludables de los alimentos, apenas algo más de 200 recibieron la aprobación de la EFSA.

Es la prueba innegable de que hasta la fecha todo eran mentiras, casi nada tenía un aval científico que corroborará las propiedades anunciadas. Tras llegar el reglamento los consumidores podíamos pensar que el etiquetado de los productos sería veraz y nos podríamos creer sus cualidades, pero el profesor explica que con este reglamento nos hemos cargado la investigación y desarrollo en alimentación (luego vemos por qué). José Manuel López nos ofrece algunos ejemplos, nos habla de una leche fermentada de la marca Hacendado con Lactobacillus casei, bacteria productora de ácido láctico habitual en la elaboración de alimentos probióticos. El experto nos muestra la estrategia del producto, y apunta que es prácticamente la misma que se utiliza en otros productos alimentarios que podemos encontrar en el mercado.

El profesor se acercó a un Mercadona y realizó una encuesta a 100 personas, una de las preguntas era cuál es la sustancia que ayuda al normal funcionamiento del sistema inmunitario. La pregunta tenía justificación, este es el mensaje mostrado en la etiqueta de la leche. Las 100 personas respondieron lo mismo, el L. casei, algo lógico teniendo en cuenta que esta es la respuesta que se anunciaba con visibilidad en la etiqueta del producto. El profesor explica que la EFSA indica que el Lactobacillus casei no sirve para nada, es decir, que no altera el sistema inmunoprotector de quien lo consume. Según las conclusiones de la EFSA no se ha establecido causa-efecto entre el consumo de L. casei y la disminución de microorganismos gastrointestinales potencialmente patógenos, entre otras conclusiones. El experto puntualiza que, al menos de momento, no se ha demostrado nada sobre los beneficios que han ensalzado algunas marcas de alimentación.
Ahora procede al análisis de la etiqueta funcional, podríamos pensar que es fraudulenta y más sabiendo que el reglamento ya está en vigor, sin embargo apunta que se trata de una etiqueta legal, nos desvela en qué consiste el engaño, seguramente os sorprenderá a muchos de vosotros. Explica que de las gotas de leche que aparecen en el etiquetado, una de ellas es en realidad un asterisco de color blanco que pasa desapercibido, pero en el cartón encontramos la leyenda del asterisco: “La molécula que ayuda al sistema inmunitario en realidad es la vitamina B6 y no es el L. casei”. El experto nos invita a fijarnos mejor en los denominados alimentos funcionales, en sus mensajes publicitarios argumentan que han incrementado la cantidad de vitamina B6, en realidad se les ha obligado a ello para poder seguir anunciando propiedades saludables, pero evidentemente los consumidores pagan por el contenido de L. casei, muchos desconocen que no está avalado por la EFSA, de momento.

La vitamina B6 la podemos obtener de muchos alimentos, verduras, carnes, pescados, huevos, legumbres, etc. Es decir, ya tomamos esta vitamina a través de la alimentación habitual. Es más, un simple plátano contiene hasta tres veces más vitaminas B6 que la mencionada leche u otros productos similares, claro, que la diferencia radica en el precio, el coste de un plátano es hasta tres veces menor. El profesor explica que esto no es de dominio público y nos siguen vendiendo el L. casei como un elemento milagroso.
El investigador explicó a las 100 personas la estrategia del asterisco, posteriormente volvió a realizar la encuesta a las mismas personas que ya conocían la táctica del asterisco y les preguntó qué hacían ahora, ¿les daban a sus hijos plátanos, Actimel, leche enriquecida o un producto similar? El 85% de las personas seguían siendo fieles a estos productos enriquecidos con vitamina B6, la razón que argumentaron es que sus hijos no serían los que frente a otros niños que tomaban Actimel, se comieran un plátano. La verdad es que resulta una respuesta totalmente absurda. Una reflexión que ofrece es una verdad como un templo, debemos culpar menos a la industria alimentaria y centrarnos en nuestras acciones.

Que te gusta la leche enriquecida u otros productos similares por su comodidad, sabor, etc., perfecto, pero olvidémonos de que aportan determinados beneficios que no han sido corroborados científicamente, tengamos presente que su contenido adicional en vitaminas u otros elementos los podemos encontrar en otros alimentos y en mayor cantidad. Y retomando el tema de por qué el nuevo reglamento se ha cargado la investigación y desarrollo en alimentación, nos explica que un investigador puede presentar un proyecto para desarrollar un alimento funcional a un empresario, éste preferiría añadir vitamina B6 y olvidarse de invertir en la investigación, resulta más cómodo y barato. A fin de cuentas, como se puede utilizar una etiqueta alimentaria del tipo mencionado, que evidentemente induce a error, pues a seguir con el cuento.

A medida que seguimos viendo el vídeo, el grado de preocupación del profesor se incrementa, cada ejemplo proporcionado es más grave que el anterior, nos habla de Eduardo Punset, del que dice que no es científico y que ha protagonizado un anuncio, lo cuestiona por el mensaje subliminal que envía sobre lo que es un producto natural sin conservantes y colorantes. Os recomendamos especialmente ver el vídeo, ofrece información interesante que pone de manifiesto la necesidad de que los consumidores se preocupen un poco más por su alimentación y busquen información. Nos siguen dando gato por liebre aprovechándose de la confianza y la ignorancia.

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