Madoff & Cía. reúne once reprotajes sobre los mayores fraudes financieros de la historia
La crisis no sólo ha traído paro y
miseria, sino indignación. Errata Naturae se hace eco del hartazgo y
publica el próximo lunes un libro colectivo, Madoff & Cía, que hace un repaso histórico a timos mayúsculos. Su subtbítulo lo resume muy bien: Vida y milagros que los hombres que cometieron los grandes fraudes financieros de la historia del capitalismo.
Arranca con John Law, el inventor del papel moneda, que tuvo en sus
manos el destino de Francia. En el ensayo hay espacio también para la
gran estafa del diamante de 1872, el timo del aceite de ensalada del
imperio Tinpo, el más reciente Robin Hood de la Société Générale y
cerrando el más conocido de todos, Bernard Madoff. Babelia publica en
exclusiva un extracto de uno de los ensayos Los hombres de Enron y los signos cardinales de la crisis capitalista, de Carlos Schwartz.
Entre los múltiples eventos que han
amenazado con derribar el capitalismo –para el que siete vidas son
pocas- en los últimos 15 o 20 años, Enron merece un lugar privilegiado. Y
no por nuevo. Los ingredientes que aparecen en la estafa de Enron se
habían visto antes y se ven (y se sufren) después: desregulación,
gestores que engañan a sus accionistas y empleados, ruinosas inversiones
que no aparecen en los libros de contabilidad de la empresa,
complicidad de los supuestos vigilantes del mercado (en este caso de las
consultoras), oscuras relaciones con el poder...
Si la quiebra de la empresa energética merece ese lugar, es para recordar que fue uno de esos avisos que suenan en las épocas de euforia económica, tal vez porque para unos “es un caso aislado” o porque, para los mismos, es el ejemplo de que quien hace las cosas mal acaba cayendo. La historia de los tipos que engañaron a América, por usar el título del documental que dirigió Alex Gibney, la cuenta esta vez Carlos Schwartz. El escritor toma como gancho los intereses y a alguno de los protagonistas en España de la que llegó a ser la mayor compañía eléctrica. Narra cómo la caída coge por sorpresa a uno de los proveedores que pasó por alto los síntomas de la firma. “WH –Schwarz solo da las iniciales de varios de los protagonistas- jamás se había preocupado por la salud de su cliente”. Hasta que los síntomas le explotaron frente a un televisor en el aeropuerto de Barcelona: “WH había despertado a la realidad”.
La eléctrica tejana crecía y crecía
desde que Kenneth Lay se puso al frente de la firma en 1985. Con la
ayuda de Jeffrey Skilling, un gestor procedente del sector financiero,
transformaron a la compañía. De dedicarse casi en exclusiva a la
generación eléctrica, se convirtió –gracias a las desregulaciones de
Reagan- en un broker energético y luego –esta vez con la ayuda
de los cambios financieros durante la Administración Clinton- en una
empresa más parecida a una sociedad financiera que energética. Pero la
historia de éxito de Enron acabó pronto (diciembre de 2002). Ser la
séptima empresa por beneficios de Wall Street no le salvó; tampoco los
artificios contables, de los que fue cómplice la consultora Arthur
Andersen, lo que le costó su propia supervivencia; y menos la
complicidad de las administraciones (Lay tuvo varias reuniones con el
vicepresidente Cheney). En su caída arrastró a alguien más que su
proveedor en España, entre otros al fondo de pensiones de los
trabajadores de la compañía, a los que Lay pedía que invirtieran en la
empresa mientras él vendía sus acciones.
Pero el aviso de que algo fallaba en un mercado autorregulado y en el control de las autoridades cayó en saco roto. Meses después de la quiebra de Enron, cayó Worldcom por apaños parecidos y en Europa las artimañas contables casi entierran al gigante lácteo Parmalat. Pero aquí acabó todo (y con Lay y Skilling condenado). Las inversiones fuera de balance, la desregulación o el papel de los supuestos vigilantes del mercado (auditoras y agencias de calificación de deuda) siguieron... El capítulo siguiente habla de Bernard Madoff.
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