En el Ateneo de Favara en Benetússer (Valencia) entran en cólera al
mencionar el nombre de Vicente Esteve, el exrecaudador de impuestos que
se esfumó el pasado año tras dejar un presunto agujero de 575.000 euros
en el Ayuntamiento. Los septuagenarios miembros de este club social, al
que pertenecía Esteve, no han superado el mal trago de ver a uno de los
suyos promocionar en Internet su restaurante El Racó Español, que
presume en el canal de televisión colombiano RCN
de servir una de las mejores paellas de Armenia (Colombia). El hallazgo
prendió como la pólvora entre los 15.000 vecinos de ese municipio
valenciano. Las redes sociales ardieron. El circunspecto recaudador
huido había emprendido una nueva vida en Latinoamérica junto a su
tercera esposa, una chica colombiana de la edad de su hija mayor con la
que mantenía una discreta relación en España, según un amigo común.
Esteve fue detenido en Armenia el pasado 2 de agosto, un mes y medio
antes de que la Red destapara su aventura sudamericana. El engranaje
judicial había funcionado con precisión suiza. Interpol rastreaba desde
hace un año sus movimientos en Colombia, con acuerdo de extradición.
Manejaba la valiosa información facilitada por la segunda esposa del
fugado, M. C., que se mostró muy elocuente en el juzgado de instrucción
de Catarroja (Valencia). La menor de sus tres hijas, en cambio, se negó a
declarar contra su padre. A la espera de su entrega a España a partir
de noviembre, el exrecaudador permanece retenido en un penal colombiano.
Se enfrenta a una condena de hasta ocho años de cárcel por
malversación. La Justicia ordenará su ingreso en prisión sin fianza,
atendiendo a su historial de fugas, según fuentes jurídicas. “Estas
Navidades le llevaré puritos a Picassent”, apunta con sorna uno de sus
mejores amigos en alusión al enclave de la cárcel valenciana.
Diligente y metódico, Esteve, de 66 años, gozó siempre de un estatus de privilegio. Cobró durante más de tres décadas el impuesto sobre bienes inmuebles (IBI),
los vados y las tasas de circulación. Movía más de tres millones de
euros al año mediante un sistema decimonónico de libros de contabilidad
que solo conocía él. No dejaba huella al no estar informatizado. Tenía
el ordenador de decoración. Su método obligaba a los vecinos a hacer
colas de hasta cuatro horas en la planta baja del ayuntamiento, donde
tenía su oficina y trabajaba junto a su hija mayor. “Esto parecía la
Edad Media”, relata Maite Arjona, vecina.
Esteve movía tres millones al año y no usaba nunca ordenador. En 2011 vendió su piso, retiró el plan de pensiones y desapareció
Su estela de rectitud menguó en octubre de 2010. Unos meses antes de
su jubilación, el Ayuntamiento adjudicó el servicio por primera vez a
una empresa, Martínez Centro de Gestión. Los nuevos gestores sí usaban
ordenadores. Y se encontraron sobre la mesa una lista de 1.000 recibos
pendientes de los últimos cuatro años. El Ayuntamiento comunicó a los
hipotéticos morosos sus deudas y amenazó, incluso, con embargarles. La
población, enfurecida, se amontonó en el consistorio. Se le reclamaba
unos tributos ya abonados. “Todos pensamos enseguida en el sinvergüenza
ese”, recuerda Bartolomé Ruiz, de 78 años. Las miradas apuntaban al
hombre serio y distante de la planta baja, que ya había desaparecido. La
bomba política estalló. El Ayuntamiento, que arrastra una deuda de más
de seis millones, se asomaba al precipicio tras absorber un presunto
desfalco de 575.000 euros de los últimos cuatro años, según el Tribunal
de Cuentas.
Desconcertados por el episodio, los vecinos desconocen un año y medio
después qué pasó. Se sabe que entre enero y marzo de 2011 Esteve vendió
su piso de Valencia y retiró un plan de pensiones de Bancaja. Pagó por
adelantado los 10 euros de la cuota anual de la peña del Valencia Club
de Fútbol y se despidió de unos pocos conocidos. “Me dijo que le habían
gastado una putada muy grande en el Ayuntamiento”, cuenta el encargado
del Ateneo. En su entorno relatan que se emplazaron para una comida que
nunca llegó producirse.
De mirada penetrante, Esteve se mostraba incómodo con las visitas
inesperadas a su despacho, según una funcionaria. Otra compañera le
define como un tipo maleducado y arisco que solo se relacionaba con los
adinerados fabricantes del mueble. El propietario del mesón La Barraca,
donde tomó café el último decenio, le recuerda distante. Y en el Ateneo
de Favara, donde almorzaba casi a diario con cinco funcionarios, le
tildan de brusco y autoritario. “Te avasallaba en público si te faltaba
por pagar un recibo”, apunta el socio Antonio Tena.
Pese a su aspereza, Esteve se ganó la confianza de dos de los tres
alcaldes del PSPV que gobernaron el municipio durante tres décadas.
Ninguno objetó su remuneración, basada en una comisión por recibo del
2%, que le reportaba a este trabajador autónomo entre 80.000 y 100.000
euros anuales, según el Consistorio. Eva Sanz, la última regidora
socialista, fue la única que, dice, le plantó cara. Intentó echar al
cobrador en 2007, cuando su interventor municipal cuestionó el arcaico
sistema de apuntes y libretas. Y los concejales de PP y EU se negaron,
aduciendo que no podían despedir a un “hombre bueno”, vinculado al
pueblo, a cuatro años de su jubilación, que conseguía cobrar en plena
crisis el 80% de los recibos, por encima de la media. La socialista no
pudo sofocar el fuego que acabó incendiando su mandato. El escándalo
catapultó al PP a la alcaldía el pasado año. Y ahora Sanz se enfrenta a
una eventual sanción del Tribunal de Cuentas.
Su antecesor, José Enrique Aguar, alcalde durante 14 años con el PSPV
—hoy enfrentado a su antiguo partido desde el independiente CDL—,
reduce el supuesto desfalco a la última legislatura (cuando él ya no era
regidor). Aguar dirige también la distribuidora de vinos valencianos
Vila Santa, con sede en Medellín, y el pasado agosto visitó Colombia,
donde fue entrevistado en 'Con todo el gusto', el mismo programa gastronómico que meses antes había promocionado el restaurante de Esteve.
Dice que la coincidencia le sirvió para localizar en Internet el pasado
septiembre el paradero del hombre que manejó la caja durante sus
mandatos. En Benetússer miran para otro lado cuando se pregunta por la
casualidad.
Son las dos de la tarde en Armenia, una localidad a 300 kilómetros de
Bogotá esculpida por exuberantes cafetales. El restaurante de 11 mesas
El Racó Español sirve paella valenciana, fideuá y arroz a banda. De las
paredes cuelgan fotos de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y la
costa mediterránea, según la web. Un enorme euro ilumina la fachada. EL
PAÍS intenta reservar mesa desde Valencia. Al interesarse por la
situación del propietario, se tensa la conversación telefónica. “Don
Vicente está fuera desde hace tres meses y no volverá”, zanja la
empleada antes de colgar.
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