John Paulson el gurú de las subprimes, el rey de los
activos tóxicos, el hombre que impresionó a Wall Street, está en caída
libre. Si en 2010 este agresivo gestor de fondos neoyorquino se
embolsaba 5.000 millones de dólares (casi 3.700 millones de euros), en
2010 las cifras de su compañía no hacen más que bajar y su fortuna merma
a cada momento.
Por eso muchos de los que alababan el grandioso
talento de este visionario de las finanzas comienzan a preguntarse ahora
si lo que parecía un experto en Bolsa no será, simplemente, un hombre
tocado con un golpe de suerte. Ahora que los negocios de Paulson viran
hacia la bancarrota muchos se preguntan cómo pudo convertirse en la guía de los brokers hace sólo unos meses y si no sería, en realidad, un mero impostor.
Quizá
ahora Paulson esté viendo cómo se hace realidad uno de sus mayores
temores: que la gente se dé cuenta de que, en realidad, no sabe de
economía, que se descubra que no vale para ser gurú. A lo mejor en su
caso la reacción es normal, pero lo cierto es hay mucha gente que
convive con esos sentimientos sin razón. Es el llamado ‘síndrome del impostor’.
“No
me siento capaz, no voy a poder con todo, no me merezco este puesto, es
demasiada responsabilidad para mí y ¡se van a dar cuenta de un momento a
otro!”. Ése podría ser el pensamiento estándar que rumia constantemente
una persona que padezca el síndrome del impostor, una enfermedad que
afecta a personas laboralmente competentes (y exitosas) pero que no
confían en sus capacidades.
Se trata de una afección que nace de
una clara falta de autoestima y que se fundamenta sobre un principio
básico: quienes sufren este síndrome achacan su éxito a factores externos y, por el contrario, asumen la culpa de todos los errores de su carrera.
Cuando
los profesionales no son capaces de asumir el éxito como algo positivo
corren el riesgo de ‘contraer’ esta enfermedad poco conocida que provoca
“vergüenza, ansiedad y miedo”, en palabras de la psicóloga Blanca Matalobos.
El
problema básico de quienes se creen impostores es que poseen una visión
deformada de la realidad y, lejos de reconocer sus capacidades y asumir
su talento, desconfían de ellos. Por eso, aunque accedan a un buen
puesto de trabajo, aunque promocionen y reciban felicitaciones por su
labor, consideran todos esos logros injustos e inmerecidos.
Los
logros, además, no son suficientes para ‘convencerles’ de sus
capacidades y quienes sufren este síndrome conviven, según Matalobos,
con un miedo atroz “a que los retos pongan al descubierto su supuesta ineptitud”.
Dada la excesiva preocupación por mantener su posición a pesar de
sentirse inseguros de su habilidad, estas personas “ponen toda su
energía en conseguir que no se note que no valen para ese puesto”.
Y
eso, por supuesto, repercute de forma negativa en otro ámbitos de si
vida, ya que se suelen descuidar la pareja, la familia y las relaciones
sociales a favor del trabajo..
Los ‘impostores’, además, suelen
ejercer puestos directivos o de alta responsabilidad con lo cual es
frecuente que tengan un equipo a su cargo. “Ejercen un liderazgo
distante y exigente, haciendo un enorme esfuerzo por controlar variables
que pueden no depender de ellos”, explica Matalobos. Esto es debido a
que, por normal general, quienes no creen en sus capacidades provienen de un entorno familiar muy severo y autoritario en el que no se les reconocían los méritos.
Como
explica la psicóloga, que está especializada en ansiedad y estrés, el
patrón psicológico del síndrome del impostor es “parecido al depresivo” y
al de los pesimistas en cuanto a que se tienen bajas expectativas de éxito y persisten los estados emocionales negativos. Sin embargo, hay una diferencia con los pesimistas ya que “no abandonan e intentan perpetuar el éxito”.
.
Efectivamente,
quien cree que no merece el puesto que le han dado, trabajará el doble
de duro para que nadie se dé cuenta de que no vale para desempeñar ese
papel. Quizá por eso se granjeará un nuevo aumento que, de nuevo, no
considerará merecido.
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