Seguro que habla de mi hermano? No sé de qué me habla...
—Vamos a ver. Estamos hablando de Rafael Velasco Cedrón. Hijo de
Rafael y María. Nacido el 25 de diciembre de 1954 en Bailén (Jaén).
—Sí. Ese es mi hermano.
La casa, un bajo a ras de calle del barrio de Vallecas, es humilde,
pero pulcra. En la cocina se oye el bullir de una olla a presión. Es
mediodía. La mujer está un poco azarada. Su nieto está a punto de llegar
del colegio para almorzar.
—Espere un momento, no sea que se me queme la comida.
Cuando regresa al saloncito, la mujer repregunta entre incrédula y desconfiada:
—¡No me estará usted gastando una broma! ¿Y qué dice que le ha pasado a mi hermano?
Rafael Velasco Cedrón fue detenido hace dos semanas
por la Brigada de Investigación del Banco de España, acusado de ser el
mayor y mejor falsificador de billetes de 50 euros en España. Estaba en
el top ten, en el podio de los más buscados por el Banco
Central Europeo. Su centro de operaciones era un chalé de una
urbanización de Bargas (Toledo), donde el presunto delincuente había
montado una imprenta capaz de fabricar 2.500 euros falsos al día. Además
imitaba billetes de 100 dólares que podrían dar el pego al mismísimo
Barack Obama.
—¡Qué me dice! ¿Otra vez ha vuelto a hacerlo? —inquiere la hermana de
Velasco, cuyos ojos desorbitados miran tras sus gafas, escéptica y
desconfiada. Solo se convence de que hablamos de la misma persona cuando
el visitante le muestra una foto en la que un hombre de tez morena, con
barba, sonríe campechano sentado ante un par de jarras de cerveza—.
¡Sí. Es él! —exclama entonces la hermana.
Los padres de Rafael se marcharon de Bailén hace medio siglo. Él,
albañil, estaba delicado de salud y pensaron que en Madrid estaría más
cerca de los médicos. Se instalaron en un pisito del barrio de Vallecas y
allí fueron sacando adelante, a trancas y barrancas, a sus tres niñas y
dos niños. Uno de estos era Rafael, un chico poco dado a los estudios
que se empleó de aprendiz en una imprenta de la zona de Embajadores. Y
asimiló tan bien los secretos del oficio que con el paso de los años se convertiría en uno de los mejores falsificadores de billetes de banco.
Se casó con Mili y tuvo dos hijos. Más tarde se divorció y se casó
con Conchi. Artista autodidacto, al joven Rafael se le daba muy bien la
pintura. Casi tan bien como las mujeres. A partir de 1986 empezó a
constituir empresas de impresión, algunas de ellas con nombre de faraón
egipcio: Fotomecánica Keops, Kefren Service, Iconos, Velamar,
Proyectgraf, Dronce... En una de ellas se asoció son su esposa, Conchi;
en otra, con uno de sus hermanos... Pero sus negocios no iban bien.
Agobiado por las deudas, empezó a pedir préstamos a su familia —“para
comprar papel”—, y esta a su vez se vio obligada a hipotecar sus casas.
“Todavía hoy estamos entrampados pagando al banco”, se queja un
familiar.
Cumplió ya dos años de cárcel por falsificar 3,5 millones de dólares en títulos de 50 y 100. Eran casi perfectos
Cuando Rafael Velasco tenía 45 años, en víspera de las Navidades de
2000, fue detenido en la Operación Truman por la Guardia Civil. Esta
registró su casa de El Boalo (Madrid) y su imprenta de Collado-Villalba y
le acusó de haber falsificado 3,5 millones de dólares en billetes de 50
y 100, listos para ser puestos en circulación, además de pliegos sin
cortar por valor de 20 millones más y 1.200 pliegos de pagarés
fraudulentos. “Una de las falsificaciones más perfectas descubiertas
hasta ahora”, proclamó la Guardia Civil. Tan exquisita era, que el autor
hasta se había molestado en hacer la minúscula e imperceptible
inscripción que figura en el cuello de la camisa de uno de los padres
fundadores de Estados Unidos, Benjamin Franklin: “United States of
America”.
Aquel encontronazo con la Audiencia Nacional le costó dos años de
cárcel y fue un mazazo para la familia, trabajadora y honrada a carta
cabal. No es extraño que ahora, después de aquel episodio, sus parientes
se muestren estupefactos de que haya vuelto a tropezar en la misma
piedra.
Pero aquel desliz no le sirvió de escarmiento y al poco volvió a las
andadas: el Grupo IX de la Brigada Judicial de Madrid le arrestó en 2003
acusado de falsear cheques y pagarés usando carnés de identidad
igualmente falsos.
En 2006 unió su vida a Clara Rosa Gaviria León, una mujer nacida en
Bogotá (Colombia), 15 años más joven que él. Con ella regentó con escaso
éxito un negocio de hostelería en la carretera de Infiesto a Ques
(Asturias). De ahí se fueron a Fuengirola (Málaga), donde abrieron otro
bar en la avenida de los Boliches, que tampoco fue bien, por lo que la
pareja vivió de cuidar a un anciano. Más tarde abrieron otro restaurante
en la calle de los Tamarindos de Mijas, donde residían en un chalé
alquilado en la urbanización El Lagarejo.
En junio de 2013, un individuo coló un billete falso de 50 euros en
una tienda de Jaén. La dependienta se mosqueó y avisó a la policía, que
tardó poco en localizar por la zona al sospechoso y a dos compinches.
“El billete era muy bueno”, asegura un mando policial. Hasta el punto
que hizo saltar las alarmas del Banco Central Europeo, que le asignó un
número en clave: 50C90.
Siguiendo la pista de los tres piruleros de Jaén, la Brigada
de Investigación del Banco de España llegó hasta el impresor de aquel
billete y otros que habían ido apareciendo a lo largo del año en
tiendecitas y mercadillos callejeros. El presunto padre de aquellas
buenísimas imitaciones era Rafael Velasco Cedrón, a cuyo chalé de Mijas
solía acudir una procesión de compradores. Estos los adquirían al 10% de
su teórico valor facial, es decir, solo pagaban cinco euros por cada
billete de 50.
Velasco, aficionado a la lectura y al cuidado de las gallinas, es un
hombre cauteloso y discreto. Estaba inquieto por la constante presencia
de visitantes a su casa de Mijas. Así que en noviembre pasado decidió
trasladar su negocio a un chalé de la calle de Mónico García de la Parra
de una urbanización de Bargas, a dos zancadas de Toledo. Allí trasladó
toda su fábrica de moneda: 15 impresoras, plastificadoras,
planchas metálicas, negativos, tintas, prensas, máquinas de
termoimpresión y hasta un ingenioso horno para el secado de los euros
ideado por él mismo.
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