Nick Leeson entró a formar parte de la leyenda negra
del mundo de las finanzas el jueves 23 de febrero de 1995 a las cinco
de la tarde. En aquel preciso instante, a dos días de cumplir los 28
años, Leeson, un joven operador de bolsa británico, de origen humilde,
encumbrado por sus superiores a la categoría de dios de las finanzas de
la noche a la mañana, provocó la sonada quiebra de una de las más
venerables instituciones financieras de Reino Unido, la banca Barings, con 223 años de historia a sus espaldas.
La historia de Leeson es el relato de la ambición desmesurada del
hijo de un yesero del norte de Londres que pasa a saborear las mieles
del éxito en Singapur y de las ansias de beneficios inmediatos de los
responsables de un banco que desconoce el mundo en el que se juega el
dinero de sus clientes: ayuntamientos, fondos de pensiones y
organizaciones de caridad, entre otros muchos. Desgraciadamente, la
historia del original rogue trader, como se ha observado en el futuro,
son prueba fehaciente de la extrema cortedad de la memoria histórica de
los mercados financieros. Han pasado 18 años desde entonces y los
errores se han repetido periódicamente.
La banca Barings, la misma que financió la compra de Luisiana por
Estados Unidos, la que puso el dinero para la construcción del
ferrocarril en la ruta de la seda, la que fue descrita por el cardenal
Richelieu como la sexta potencia del mundo y que ayudó en la reparación
de Francia tras Waterloo, terminó finalmente vendida por una libra al
grupo holandés de servicios financieros Internationale Nederlanden Groep
(ING), que prometió hacerse cargo de todas las deudas, devolver los
depósitos y encargarse de los acreedores.
Barings, todo un emblema del establishment
británico, con clientes como Napoleón III o la mismísima reina de
Inglaterra -quien al parecer perdió más de un millón de dólares tras la
bancarrota-, estaba, para sorpresa de muchos, en las manos de un
especulador de 28 años, que suspendió su examen de matemáticas para
ingresar en la Universidad, y que dejó un agujero irreparable de 827
millones de libras (1.400 millones de dólares).
Leeson en una imagen de su época en Singapur.
Leeson pasó de un piso de protección oficial en Londres a un
apartamento de lujo de 4.000 dólares de alquiler mensual; del metro de
la capital británica a un Porsche y una cuenta de gastos a todo trapo.
Todo en tan sólo cuatro años. Saul Bellow, premio Nobel de Literatura y
Premio Pullitzer en 1976, relacionó en su obra el mito latino del carpe
diem, aprovecha el día, con la ansiedad moderna del éxito rápido, cuya
máxima expresión sería el mercado de futuros. Y ese, sin saberlo aún,
era Leeson, a eso se dedicaba, a los derivados financieros, rama
futuros.
Antes del desastre, Leeson había ganado muchos millones para la banca Barings.
Contaba con la aprobación de la cúpula del banco, a la que los ojos le
hacían chiribitas al ver los pingües beneficios que presentaba aquel
joven en el Lejano Oriente ante un IBM con un módem y un teléfono para
una entidad que arrastraba una racha de escasos beneficios.
Pero a Leeson los negocios le salieron mal. Entonces empezaron los
engaños y el final de su carrera. Abrió una cuenta secreta, la famosa
88888, en la que escondió todos sus pufos. Pretendía ir recuperando lo
perdido con nuevas operaciones que le dieran beneficios, de modo que en
Londres nadie se preocupara y no vieran que sus negocios eran demasiado
arriesgados e ilegales.
Su plan no salió bien. La pelota fue haciéndose más y más grande.
Tanto que, como quien lo apuesta todo a un único número en la ruleta del
casino, Leeson lo apostó todo en el mercado de futuros de Tokyo y
perdió. El terremoto de Kobe en 1995 hizo que Japón repatriara su
capital en el exterior y dio al traste con la huída hacia adelante del
joven trader.
Leeson engañaba al banco diciendo que invertía por otros cuando se
trataba del dinero de la entidad, que tuvo sospechas de que algo no
andaba bien tras repetidas inyecciones de dinero reclamadas por el
trader desde Singapur. Sin embargo, los controles internos de la Casa de
Barings no alcanzaron a ver la magnitud de la tragedia que finalmente
se materializó.
Al comprobar que todo estaba perdido, Leeson y su mujer huyeron a
Kuala Lumpur, donde el trader se enteró por los periódicos del desastre
al ver el nombre del banco por el que trabajaba en la primera página
del The Wall Street Journal y pidió disculpas a la entidad a
través de un fax. Finalmente fue detenido en Frankfurt y, muy a su
pesar, trasladado a Singapur, donde pasó cuatro años y medio de una
condena de seis y medio en una prisión de máxima seguridad, de la que
salió al ser diagnosticado de un cáncer de colon, que superó.
Nick Leeson es casi una figura de culto en determinados círculos financieros. Tanto es así que una de las llamativas chaquetas
del equipo con las que operaba en el parquet de Singapur fue adquirida
por un inversor por 25.000 euros. El actor Ewan McGregor protagonizó su
historia en un film de dudosa calidad titulado Rogue Trader y sus memorias fueron adquiridas por una editorial por una cuantiosa cifra.
Ahora vive con su segunda esposa en Irlanda, donde ha sido directivo
del club de fútbol del Galway United y actualmente se dedica a dar
charlas en diferentes foros acerca de su experiencia. Estos son sus
datos de contacto: NMP Live www.nmplive.co.uk Email: management@nmp.co.uk Tel: +44 (0)1372 361 004 www.nickleeson.com @TheNickLeeson.
Desde su casa, en conversación telefónica, responde a las preguntas de LaVanguardia.com.
¿Cómo definiría su historia?
Es una historia de incompetencia y negligencia a gran escala. Si el banco, los supervisores y yo mismo hubiéramos hecho mejor nuestro trabajo nada de esto hubiera sucedido. Obviamente yo fui el culpable de todo, pero sin la contribución de estos otros factores nada de aquello hubiera sucedido.
¿Le molesta ser recordado como la persona que acabó con la banca Barings?
Tengo que ser responsable de mis propias acciones y de sus consecuencias. Estuve en prisión, me divorcié, tuve cáncer de colon... Todo lo que me sucedió desde entonces es una consecuencia de todas aquellas acciones. Es algo de lo que soy plenamente consciente. No puedo culpar a nadie por lo que hice.
¿Cómo fue el periodo en el que estuvo en prisión?
Extremadamente duro. Estuve en una cárcel de máxima seguridad de Singapur, repleta de miembros de bandas, que tenía soldados patrullando los muros, armados hasta los dientes, vigilado las 24 horas del día. Las condiciones eran muy duras, sin cama, dormía en el suelo, sin una sábana para cubrirme, en una celda con un espacio mínimo... Muy duro.
Ya veo...
El tedio era extremo. Estuve encerrado 23 horas al día durante dos años. No veía demasiado la luz del día. Había mucha violencia. Si te atacan sólo tienes que defenderte al menos durante 15 segundos y después todo pasa porque llegan los guardias. Nunca estuve en ninguna situación en la que temiera por mi vida. Me adapté rápido y pude sobrevivir.
¿Cree que en la City o en Wall Street aprendieron de su experiencia?
Quizá durante un tiempo pero cuando las cosas vuelven a su cauce y todo el mundo regresa a hacer negocios como siempre y se olvida todo. Han existido episodios de operaciones fraudulentas desde entonces, en repetidas ocasiones. Recientemente, sin ir más lejos, está el escándalo de las tarifas del Libor. En la City, una vez pasa la tormenta, todo el mundo busca nuevas maneras de hacer dinero. La historia debe aprenderse para que no se repita, pero desafortunadamente se repite.
Entonces, ¿cree que lo volveremos a ver un futuro?
Desafortunadamente, sí. Máxime cuando el principal objetivo de los bancos continúa siendo ganar más dinero. Por esta razón no existe una presión especial para que se reproduzcan determinadas conductas. Me pasó a mí, ha pasado con el escándalo del Libor. Si está mal, está mal. Yo no fui la primera persona en poner una transacción en una cuenta como la 88888, era algo que había visto hacer en multitud de ocasiones. Por lo tanto, no fue nada nuevo para mí. Cuando se detecta este tipo de comportamiento es cuando debe ser castigado y es entonces cuando la gente empieza a aceptar ese mal comportamiento.
¿Cree que los banqueros imprudentes deben ir a la cárcel?
Si alguien hace cualquier cosa de modo ilegal en cualquier tipo de sector debe ir a la cárcel. El principal delito de la banca es su estupidez y desafortunadamente no hay ningún tipo de castigo para ello actualmente.
Y, claro, cuando esto pasa se socializan las pérdidas...
Creo que eso está mal pero no hay otra manera. En 2008, cuando la actual crisis empezó, nadie sabía cuál era la solución. Así que vivimos diferentes reacciones ante el problema. En Irlanda fue una garantía bancaria, que estuvo mal ideada al principio, pero que era lo único que se pudo pensar. Y poco a poco se han ido tomando diferentes caminos y todo lo que se ha conseguido es comprar tiempo. No hay una solución todavía a ese problema. En mi opinión la única solución es que se condonen esas deudas contraídas con la UE, el FMI y el BCE.
En ocasiones los mercados financieros son percibidos como un gran casino...
En los mercados financieros, lo de hablar de ‘casino’ es algo que se odia. Los casinos son pura suerte y en los mercados financieros hay ligeramente más información.
¿Cómo se percibe la guerra entre Frankfurt y la City desde Londres?
Es algo que siempre ha existido. Con centros financieros cercanos siempre hay guerra. En Asia, era Hong Kong contra Singapur. Entre Londres y Frankfurt, gana Londres. Siempre ha sido el lugar más destacado.
¿Le reconocen por la calle?
Depende del lugar y de la edad. Me reconocen en determinados lugares.
¿Ha vuelto a Singapur?
No puedo, lo tengo prohibido.
Tengo entendido que una de las chaquetas de su equipo de traders en Singapur fue subastada por mucho dinero en internet
Sí, es cierto. No era la mía. Cuando me fui del parquet en la bolsa de Singapur el 23 de febrero de 1995 lo último que tenía en la cabeza era qué hacer con mi chaqueta. Lo único que pensaba era en huir lo más lejos posible y lo más rápido que pudiera. Sé que hubo traders que con el paso de los días, y sabiendo lo que pasó, empezaron a buscar souvenirs que tuvieran que ver con aquel episodio. Creo que la chaqueta en cuestión era de una de las chicas que trabajaba para mí. Alguien pagó 25.000 euros por ella. ¡Ojalá hubiera tenido ahora esa chaqueta para venderla!
Uno de los detalles que se comentan de su historia es que dejó una nota cuando huyó en la que se leía: “Lo siento”. ¿Es cierto?
No, no dejé una nota diciendo “lo siento” cuando huí de Singapur. Cuando me fui volé a Kuala Lumpur y me quedé en un hotel y escribí una breve carta, que después envié por fax. Al final de la carta, eso sí, dije que lo sentía.
¿Vio la película que se hizo de usted, protagonizada por Ewan McGregor?
Sí, la he visto. Tengo sentimientos encontrados con ella. Digamos que hay muchas licencias poéticas para hacer que funcione la película.
Por último, ¿sigue invirtiendo?
Sí, pero con mi dinero.
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