18 de septiembre de 2014

Un iPhone y 270 euros: así de fácil es robar el pin de una tarjeta

Estoy en contra del NFC. Me parece una tecnología cuya implantación va a costar un ojo de la cara sin que la justifique una demanda real. No es la sociedad quien pide el pago por proximidad, sino las tecnológicas, ávidas por arrebatarles los datos bancarios a las corporaciones financieras. 

Por otra parte, decenas de estudios confirman que el consumo compulsivo crece a medida que se eliminan las barreras de pago, de modo que cuenten en este bando a los retailers más poderosos. Basta con viajar a Estados Unidos para darse cuenta de que la tarjeta de crédito tiene mucho más que decir de lo que pensamos. Allí, sobre todo en las grandes urbes, el plástico sirve para adquirir cualquier producto, desde un viaje en autobús hasta un coche deportivo, pasando por cualquier máquina de vending callejero. 

De hecho, hay quien recorta la banda de la tarjeta, que es lo único que leen por aquellos lares, y la guarda junto a las llaves. Cuatro centímetros y aún menos gramos de peso. ¿Dónde está el problema? Pues los hay.

 Lo cierto es que hay algún problema relacionado con la seguridad. Miren este vídeo y seguimos después.
Como ven, el robo de datos bancarios se ha sofisticado, incluso en su vertiente analógica. Con sólo un smartphone y una cámara térmica incorporada de 270 euros podemos saber qué teclas se han pulsado en un datáfono o un cajero automático. ¿Cómo? Por el principio detransferencia de calor, enunciado en la segunda ley de la termodinámica, que establece que un cuerpo transmitirá su calor a otro más frío al entrar en contacto con el fin de igualar sus temperaturas. 

Dicho de un modo más simple: si un cuerpo humano a 36º toca una pared a 15º, la huella térmica permanecerá visible unos segundos para visión infrarroja. Lo que vimos en la película Depredador (1987), vamos, está ahora al alcance de cualquiera. Tecnología vs. seguridad Toménlo como un ejemplo, porque naturalmente este no puede ser un argumento de peso en contra de las tarjetas de crédito. 

Es sólo una llamada a la reflexión. Con esta tecnología en la calle, tapar el panel mientras escribimos el código no tiene sentido. Es más, cualquier clave que se escriba en un teclado estático, con una tecla dedicada a un signo concreto, corre el riesgo de quedar expuesta. Algo similar sucedería con las cámaras de ultra alta definición, que pueden grabarle desde cientos de metros y posteriormente ampliar el plano hasta obtener información detallada de su pin. 

 De modo que, sí, necesitamos un sistema de pago rápido que esté a la altura del desafío tecnológico. ¿Es la solución el NFC? Puede, pero de momento es una tecnología en pañales que ha demostrado, como casi todas las germinales, tener muchos agujeros de seguridad. La novedad no es que los malhechores vayan por delante de la ley, sino que el ciudadano maneja herramientas de las que desconoce sus consecuencias. Y, cuando esto sucede, se lo ponemos demasiado fácil a los malos. Y los malos ahora no son sólo las mafias organizadas, sino cualquiera que tenga un pensamiento avieso y ganas de ponerse manos a la obra. 

 Mientras llega el paraíso de la seguridad, si es que esto sucede alguna vez, vuelvo a arrogarme el llamamiento a la responsabilidad personal: hagan por no ser espiados, protejan su información, que nadie va a hacerlo por ustedes.

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