«Mi nombre es Prince Eneka Nwambu», dice tranquilo el nigeriano, con su chaqueta de lana impecable, al empezar a declarar. El fiscal le enseña unos documentos.
- ¿Su firma está en la página 3?
- Yes.
- ¿Recuerda esta transferencia de 40.000 euros?
- I don't understand.
Pocos minutos antes, los acusados por una de las grandes estafas de cartas nigerianas que ha habido en Madrid, con víctimas en medio mundo, se desperezan como leones hastiados dentro de la pecera de la Audiencia Nacional, en San Fernando de Henares. Se les acusa de montar un entramado para robar dinero a incautos que pensaban que iban a cobrar millones, pero terminaron pagando con todo lo que tenían. Quiso el tribunal, obviando la tecnología, que las víctimas de los timos millonarios vinieran a declarar a España desde Estados Unidos, Australia, México, Inglaterra o Noruega, por poner algunos ejemplos.
Todos han perdido algo más que dinero: una estafa de este tipo les ha costado divorcios, perder su casa, peleas familiares, pérdida de amigos y de puestos de trabajo... «La banda de Prince nos ha arruinado la vida», es el resumen de muchos de ellos a la salida del juicio.
Tenían en las leyes de la probabilidad y en la codicia de la gente su mejor aliado. Pero sin una organización compleja y bien engrasada, en la que cada componente tuviera claro su papel, nunca hubieran llegado tan lejos en su estafa. La Audiencia Nacional ha condenado a penas de hasta 21 años de prisión a los 14 miembros de una banda dedicada al conocido timo de las cartas nigerianas, que consiste en realizar envíos masivos —cientos de miles— de correos electrónicos y postales en los que se anuncia al destinatario que ha ganado una herencia millonaria o un premio de lotería, evidentemente inexistentes, y en el que se pide la entrega de ciertas cantidades económicas para tramitar un pago que nunca llega.
La sentencia llama la atención por la magnitud del fraude. La trama estafó, entre 2005 y octubre de 2010, cuando fue desarticulada, un total de 8,8 millones de euros a tan solo 15 víctimas de seis países. Algunos afectados llegaron a abonar a la red de Prince Eneka Nwambu —el cabecilla del grupo— casi dos millones de euros. Es el caso del ciudadano noruego Odd K. V., que a lo largo de 2009, realizó 18 transferencias por valor de 1,86 millones a cuentas bancarias de la banda tanto en España como en Reino Unido convencido de que iba a recibir a cambio una herencia de 14 millones de euros. O el estadounidense Howard Alfred S., que abonó 3,8 millones de euros creyendo que iba a cobrar la mareante cifra de 580 millones de euros por un asesoramiento, que por supuesto nunca realizó, para la Corporación Petrolífera Nacional Nigeriana. Esta víctima llegó a pedir prestado dinero a sus amigos para para reunir la cantidad que le pedía Nwambu.
La mayoría de los cientos de miles de comunicaciones que remitió la banda fueron directamente a la papelera del destinatario. Pero basta un ínfimo porcentaje de éxito para captar un puñado de potenciales víctimas. Al contrario que otras redes dedicadas a la estafa de las cartas nigerianas, que operan desde locutorios telefónicos o domicilios de barrios deprimidos, el grupo de Prince Nwambu era mucho más sofisticado, tanto en la forma de tratar a sus víctimas como en el modo de blanquear el dinero obtenido ilícitamente.
La banda, tras contactar con el incauto, le citaba en España para tramitar el pago del fabuloso premio. Para ello contaban con la colaboración de Pablo de la Mata, un empleado de una sucursal del Deutsche Bank en Madrid, que se reunía con las víctimas en la propia sucursal, lo que daba visos de seriedad al falso negocio. La entidad bancaria alemana, según la sentencia, es ajena a este fraude, que cometió el empleado a sus espaldas y queda exenta de cualquier tipo de responsabilidad civil subsidiaria, como pedían los estafados.
Cada paso que daba la víctima, movida por un deseo de dinero fácil, le suponía un desembolso económico. Cada uno de los miembros de la red asumía un papel ficticio: uno fingía ser responsable de la empresa de seguridad que custodiaba el premio, otro decía representar al Ministerio de Hacienda y se prestaba a agilizar el pago de impuestos por la falsa herencia... Los miembros de la organización tenían una perfecta división del trabajo: un grupo mantenía comunicaciones con las víctimas y adquirían y recargaban diversos teléfonos móviles; otro grupo elaboraba cartas; un tercero abría cuentas bancarias y retiraba el dinero que transferían las víctimas, otros alquilaban salas de reuniones y vehículos y falsificaban documentos públicos para dar apariencia de veracidad al engaño.
El fraude llegaba al extremo de mostrar al perjudicado cuando este llegaba a España una o varias cajas grandes repletas de billetes, también simulados, por supuesto. Y en todo el proceso, Prince Nwambu —con distintas identidades— se presentaba como amigo y confidente de las víctimas animándole a culminar el negocio. Ahora deberá pagar 21 años y dos meses de cárcel por asociación ilícita, estafa agravada continuada, blanqueo de capitales y falsedad documental.
Un 'show' casi perfecto
El sistema de la banda de Prince, según las investigaciones de la UDEF Central y el escrito acusatorio de la Fiscalía Anticorrupción, era siempre igual: enviaban miles o cientos de miles de cartas y correos electrónicos, en los que aseguraban al destinatario que había heredado una cantidad de varios millones, o le proponían un negocio redondo. Entre tanto candidato, alguno respondía favorablemente, y así se ponía en marcha el engranaje. El 'show' de Prince incluía oficinas de lujo en la calle Serrano, alquiladas por horas, vacías, con carteles en las puertas para simular que allí había algo; una supuesta empresa de seguridad cerca del aeropuerto (en realidad un guardamuebles), donde se custodiaba un baúl repleto de billetes (falsos) para enseñar a la víctima. Y el remate: un empleado sobornado del Deutsche Bank, que trabajaba en una oficina de la Castellana, abría la sucursal por la tarde y simulaba que había que hacer pagos a Hacienda antes de cobrar el gran botín. Y lo que pasaba es que todos pagaban impuestos, tasas y excusas varias, pero el dinero de verdad jamás llegaba. Después entregaban certificados y documentos falsos, usaban identidades ficticias (a Prince le acusan de haber usado la de Juan López, entre otros) y un sinfín de excusas que retrasaban el gran premio y en realidad eran mentiras para sacar más dinero a las víctimas. Hasta que ya no podían más.
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